Super doctor interestelar - Capítulo 98
- Home
- All novels
- Super doctor interestelar
- Capítulo 98 - Historia extra Mitte y Greene
Greene estaba regando las flores en el patio. De vez en cuando, lanzaba una mirada a Mitte, que estaba sentado en un banquito junto a la puerta. Al verlo sentado derechito, obediente y mirándolo sin parpadear, Greene le sonrió y luego volvió a regar.
Después de descubrir que Mitte sufría daño cerebral, Greene se lo llevó a su departamento. Para asegurarse de que Mitte no estuviera fingiendo, el lugar siempre estaba bajo supervisión militar. A Greene no le importaba, estaba agradecido con la situación actual. Como el departamento anterior fue comprado por el ejército, Greene recibió bastante dinero. Después compró este nuevo lugar y con lo que sobró tenía suficiente para él solo. Pero ahora, con Mitte en la ecuación, sobre todo considerando que su salud no era buena, Greene se preocupaba de que no alcanzara, así que abrió una florería en línea. Él venía del Departamento de Horticultura, y eso era lo que mejor sabía hacer. No ganaba demasiado, pero lo suficiente para los gastos diarios. Ese flujo estable de dinero entrando y saliendo lo hacía sentir tranquilo.
Perdido en sus pensamientos, alguien le jaló de la manga y volteó la cabeza. Mitte lo estaba mirando en silencio. Greene señaló el banquito de la puerta.
—Siéntate ahí un ratito, ya casi termino.
Mitte lo observó unos segundos sin hablar. En vez de eso, estiró la mano para tomar la regadera, dejando a Greene atónito. Mitte bajó la cabeza y comenzó a regar las flores con todo cuidado, exactamente como Greene lo había hecho antes. Después de regar una maceta, volteó de reojo, como para asegurarse de que Greene seguía ahí, y luego continuó.
Mientras veía su perfil, Greene percibía el tenue aroma de las flores en el patio. Sintió un cosquilleo inexplicable en la nariz y los ojos se le humedecieron. Ese había sido su más profundo deseo desde niño: tener un departamento, un amante y las flores que tanto le gustaban. Greene sabía desde pequeño que no era querido ni popular, así que nunca se atrevió a esperar demasiado. Incluso ese deseo era apenas un lujo que nunca había tenido valor de confesar.
Lo miró embobado. Al ver la expresión serena de Mitte, el corazón de Greene se estremeció con dolor. Esto también era falso; su deseo seguía siendo solo una ilusión. Cuando Mitte se recuperara, todo se desvanecería.
De pronto, sintió un roce cálido en el rostro y parpadeó sorprendido. Había estado llorando sin darse cuenta, y Mitte le estaba secando las lágrimas. Sus movimientos eran tan suaves, como temiendo lastimarlo. Con el ceño serio, como si tratara un tesoro raro, le secaba cada lágrima con cuidado. Greene ya no pudo contenerse y lloró con más fuerza, hasta quedarse sin aire. Mitte, con la cara inexpresiva, mostró un atisbo de pánico; lo abrazó torpemente y le dio unas palmadas en la espalda. Greene se aferró a su manga y sollozó a gritos. Cuando al fin se calmó, se dio cuenta de que ya era hora de almorzar.
—Perdón —dijo Greene, apartándose del abrazo, con la cara ardiendo de vergüenza.
Mitte no habló, seguía mirándolo fijamente.
Greene regó las tres macetas que quedaban y luego lo llevó adentro. Le sirvió un jugo y se fue a la cocina a preparar la comida. Mientras cocinaba, al voltear por casualidad, vio a Mitte parado en la puerta, con el vaso en la mano, mirándolo como estatua. Greene suspiró sin poder hacer nada. Desde que despertó, Mitte parecía muy apegado a él, siempre necesitaba tenerlo a la vista.
Por la noche, Greene preparó el agua para el baño de Mitte y le dejó a la mano un cambio de ropa. Luego le explicó con detalle cómo debía bañarse. Mitte lo miró fijo todo el tiempo y Greene no supo si lo escuchaba o no. Bajo esa mirada tan intensa, Greene se sintió incómodo y salió del baño con las mejillas encendidas. Fue a sentarse al borde de la cama, aún con la cara caliente.
Dos minutos después, Mitte salió del baño completamente desnudo y asomado a la puerta. Greene se puso rojo como tomate. Al ver que todavía tenía espuma en el cuerpo, exclamó:
—¡Tú, tú, tú! ¿Qué haces aquí afuera? ¡Regrésate a lavar!
Parecía que Mitte solo quería comprobar que él seguía ahí. En cuanto lo vio, regresó al baño, pero volvía a salir cada dos minutos. Greene no sabía dónde meterse, todo sonrojado. Cuando por fin terminó y salió en pijama limpio, Greene respiró aliviado. Le dijo que se fuera a dormir primero mientras él se metía a bañar.
Pensando en el estado de Mitte, Greene prefirió no cerrar con llave la puerta del baño. Apenas llenaba la tina y se desvestía cuando oyó un ruido en la puerta. Volteó y lo vio mirándolo fijamente. Greene se metió al agua de golpe, con todo el cuerpo ardiendo de vergüenza.
—¡Tú… sal!
Mitte se fue de verdad, y Greene suspiró aliviado. Pero mientras se lavaba, Mitte apareció otra vez parado en la puerta. Greene se quedó helado. Al ver aquella mirada concentrada, por fin entendió.
—Estoy aquí y ya casi salgo. Si estás preocupado, hablaré todo el rato para que no entres.
Después de que Mitte salió, Greene se rompió la cabeza buscando temas de conversación, contando cosas interesantes que recordaba. Pero pronto se le acabaron. Su vida siempre había sido gris, sin nada especial. Sonrió con amargura.
—Lo más grande que recuerdo fue cuando me secuestraste. Estaba realmente aterrado.
Mientras se bañaba, Greene rememoró y hasta rió:
—¿Sabes?, cuando desperté y te vi tan pálido y delgado, pensé que tú también habías sido secuestrado. Te veías tan mal…
—Ese día en la calle, Eileen quería un dulce, así que Roa le compró una bolsa grande. Ella me dio uno. El envoltorio era rojo y precioso. Ni siquiera quise comérmelo. Pero cuando te vi con cara de bajón, lo saqué y te lo di. ¿Pensaste que fui ridículo?
Greene sonrió.
—Luego supe que eras el jefe de ellos y me quedé de piedra. No entendía por qué te temían tanto. Aunque siempre tenías esa cara de hielo, yo sabía que eras una buena persona.
Apretó los labios.
—Si no hubiera sido por ti, cuando descubrieron que yo no era guía, me habrían arrojado del avión en el acto. Tú me salvaste.
Al salir del baño, ya vestido, fue al cuarto. Mitte estaba sentado derechito en la orilla de la cama, mirando fijamente la puerta. Greene se acercó y dijo:
—Así que, aunque siempre hagas cosas malas, yo quiero seguir creyendo en ti. Dime, ¿crees que soy un tonto?
Mitte no respondió, pero Greene tampoco esperaba respuesta. Extendió las dos cobijas y señaló la de adentro.
—Duérmete.
Al despertar en la mañana, Greene abrió los ojos y se quedó pasmado. Unos brazos rodeaban su cintura, y las cobijas estaban todas revueltas. No sabía en qué momento habían terminado durmiendo juntos. Se sonrojó de golpe, apartó la mano de Mitte y se levantó a cambiarse y lavarse.
Los días pasaron así, y Greene despertaba cada mañana en brazos de Mitte. Siempre sentía que era un sueño, como si fueran una pareja normal que envejecería junta. Pero cada vez que lo pensaba, antes de saborear la dulzura, lo embargaba la amargura y el miedo: esa ilusión un día se rompería.
…
Con la primavera, el negocio de la florería iba cada vez mejor. A principios de abril, Greene compró un nuevo lote de flores. Como el patio era pequeño, las puso en estantes en hileras. Mitte lo ayudó a acomodarlas. Greene acompañó al mensajero hasta la puerta y cerró con llave. Apenas lo hizo, un estruendo sonó detrás. Volteó y vio que uno de los estantes se desplomó, aplastando a Mitte, que quedó inconsciente. Greene se heló de pies a cabeza. Corrió a levantar el estante con las manos temblando, y al recordar algo, gritó pidiendo ayuda. Los militares que los vigilaban aparecieron enseguida y llevaron a Mitte al hospital.
La espera fue insoportable. En cuanto el doctor dijo que había despertado, Greene entró corriendo. Al encontrarse con la mirada de Mitte, se quedó rígido. Un pensamiento le atravesó la mente: Ya llegó el momento.
Mitte lo miraba igual, pero Greene notó la diferencia: su antigua personalidad había vuelto, fría y distante.
Greene se quedó parado mucho rato. Con voz seca, dijo:
—Te… te recuperaste.
No fue una pregunta, sino una afirmación.
Mitte asintió.
—Sí.
Greene apretó los dedos y sonrió.
—Qué bueno.
Mitte se bajó de la cama y lo miró un rato antes de decir:
—Voy a entregarme. ¿Puedes venir conmigo?
Greene lo vio sorprendido. Después de un largo silencio, sus ojos se iluminaron.
—Está bien.
La sentencia fue rápida: diez años de prisión. Cuando Greene pudo verlo de nuevo, Mitte ya estaba encerrado en la celda. Se miraron largamente, y Mitte habló:
—Soy muy egoísta, pero quiero que me esperes.
Los ojos de Greene se abrieron como platos. Con brillo en la mirada, respondió con firmeza:
—Te esperaré.
El semblante de Mitte se suavizó.
—No dejaré que esperes tanto.
Tiempo después, Greene supo que Mitte había ofrecido toda su investigación al gobierno para reducir la condena: sobre poder espiritual, tecnología de la información y transición espacial. Cada entrega ponía al Departamento de Investigación Imperial en éxtasis, sobre todo la de transición espacial. Gracias a ella, descubrieron cómo desviar las rutas de las bestias interestelares, evitando que entraran en el espacio del Planeta Yao. El hallazgo sacudió a toda la cúpula imperial.
Tras la evaluación de expertos psicológicos, confirmaron que Mitte había cambiado de actitud. El tribunal le redujo la condena a la mitad. Greene se alegró mucho al saberlo. Desde que Mitte le pidió que lo esperara, Greene vivía con energía nueva, siempre con una sonrisa en el rostro cada vez que lo visitaba.
—Cinco años pasarán rápido. Estoy preparándome para el examen de admisión a la universidad. Para cuando salgas, ya tendré dos años de graduado. Quizás hasta tenga mi propia florería abierta.
Greene susurró:
—No te preocupes, vendré a verte cada mes y te traeré material de informática. Así, cuando salgas, no estarás desfasado.
Mitte: —No hace falta.
Greene lo miró resignado, y Mitte añadió:
—Prefiero trabajar para ti.
Este tonto… si volvía a la informática, el ejército no confiaría en él y lo vigilaría todo el tiempo. Mitte no lo quería. Además, recordaba todo lo vivido durante su “daño cerebral”: los días más tranquilos de su vida. No se aburriría aunque viviera siempre así.
Los ojos de Greene brillaron y habló con seriedad:
—Haré lo posible por abrir la tienda.
Mitte bufó frío:
—Espero mucho de mi jefe. Si está todo flacucho, lo voy a despreciar.
La boca de Greene se curvó en una sonrisa.
—No te preocupes. Me cuidaré y no me cansaré demasiado.
Mitte volteó la cara, pero Greene notó el rubor en su perfil. Su sonrisa se ensanchó.
…
Una tarde, cuatro años después, en una florería cercana al departamento de Greene, él acomodaba flores cuando de pronto alguien lo abrazó por detrás. El cuerpo de Greene se tensó de miedo. Levantó el puño para defenderse.
—Soy yo —dijo una voz fría y única junto a su oído. Greene se quedó helado. Volteó sorprendido.
Mitte entrecerró los ojos, le levantó el mentón y lo besó en la comisura de los labios.
—¿Ya no me reconoces?
—Aún no han pasado cinco años… —dijo Greene aturdido. Había estado contando los días.
—Me porté bien y salí antes. Quería sorprenderte, por eso no te avisé.
Greene frunció los labios, molesto.
—¡Yo quería ir a recogerte!
—Yo quería verte primero.
Los ojos de Greene se humedecieron de ternura. Mitte continuó:
—Recuerdo todo de cuando estaba dañado. Cuando me diste aquel dulce, no pensé que fueras ridículo. Pensé: ¿cómo puede existir alguien tan lindo? Tu aura era tan limpia que uno quería acercarse, pero temía ensuciarte.
—Cuando siempre insististe en que yo era bueno, no creí que fueras tonto. Sabía que eras mi salvación.
Mitte le tomó la mano, le besó las yemas de los dedos y luego se arrodilló.
—¿Te casas conmigo? Quiero pasar mi vida cuidándote y amándote.
Las lágrimas de Greene caían sin parar, con los ojos brillantes como estrellas. Asintió entre sollozos:
—Sí.
Mitte se levantó y lo abrazó.
—Eres un tonto. Ni siquiera tengo anillo y aceptas mi propuesta. Pero como no puedo comprarte uno, ¿me dejas pagarte trabajando para ti toda la vida?
Greene lo abrazó con fuerza.
—Está bien.
Resultó que su deseo no era una ilusión imposible después de todo.