Maestro del Debuff - Capítulo 908
“¡Muéstrense si de verdad se consideran sacerdotes! ¡Dejen de esconderse detrás de los inocentes como cobardes!”
Andariel no mostraba señales de detener su guerra psicológica.
“¡Sirven a un dios falso, pero no dudo que hayan cumplido con sus deberes como sacerdotes! ¿Van a darle la espalda a los inocentes y dejarlos morir? ¿Van a renunciar a lo que alguna vez creyeron ser sus sagradas obligaciones solo para aferrarse a sus miserables vidas?”
Las palabras de Andariel cortaron como una espada directo al corazón de los miembros del clero. Sabía perfectamente que esas eran sus heridas más profundas, y sus palabras presionaban justo sobre ellas, pudriéndolas con culpa.
“No caigan en la trampa. Ignoren sus mentiras y no escuchen ni una sola palabra de lo que diga. Van a morir en vano si salen ahora,” dijo Siegfried.
Y tenía razón…
Los Ángeles Caídos bajo el mando de Andariel ya estaban masacrando a los ciudadanos en la plaza principal como si fueran ganado. El hedor a carne quemada llenaba el aire, haciendo que un espeso humo se elevara hasta el cielo y cubriera la luna.
“La gente va a morir de todos modos. Nada va a cambiar solo porque salgan; solo van a tirar sus vidas a la basura. No caigan justo en su juego. Lo único en lo que deben pensar ahora es en…” Siegfried se detuvo.
¿Por qué se detuvo? Porque estaba furioso.
‘Malditos bastardos… Me están dando náuseas.’
Siegfried no deseaba nada más que matar a cada uno de los Ángeles Caídos y exterminarlos por completo.
Desafortunadamente, tuvo que tragarse su enojo. Sabía muy bien que por más furioso que estuviera, no había nada más que pudiera hacer en ese momento. Su prioridad principal era sacar al sumo sacerdote y a sus seguidores de Ciudad Marina… con vida.
“Lo único en lo que deben pensar es en escapar. Endurezcan su corazón y su determinación. Si no pueden soportarlo, entonces tápense los oídos o algo. Hagan lo que sea necesario,” dijo Siegfried con voz firme.
Con eso, Siegfried se apoyó contra la puerta mientras seguía observando con la Clarividencia de Inzaghi para monitorear la situación afuera.
Por fortuna, parecía que habían elegido bien su escondite.
A los Ángeles Caídos no les interesaba la taberna. Estaban enfocando su búsqueda en casas donde era más probable que hubiera sobrevivientes.
Pero mientras tanto…
“¡Kyaaaaah!”
“¡Aaaaack!”
“¡P-Por favor! ¡Solo mátame! ¡Solo mátame—aaaack!”
Los gritos de agonía seguían resonando desde la plaza principal.
El hedor de carne quemada se había vuelto tan denso que envolvía toda la ciudad.
“¡Cobardes! ¡No solo sirven a dioses falsos, sino que ahora usan al mismo rebaño que debían proteger como escudo! ¡Deshonran su fe al esconderse detrás de ellos!”
La voz de Andariel seguía resonando por toda la ciudad mientras los Ángeles Caídos lanzaban más inocentes al fuego.
Pero eso no era todo…
Bajo las órdenes de Andariel, los Ángeles Caídos comenzaron a levantar sitios de ejecución por toda la ciudad.
Y uno por uno, empezaron a arrastrar a la gente hacia esos lugares, asesinándolos sin piedad.
Mientras las ejecuciones continuaban, los Ángeles Caídos se aseguraban de matar a la gente de la manera más lenta posible, para que los miembros del clero escucharan claramente los gritos de agonía.
‘Estos llamados ángeles son peores que los demonios,’ Siegfried apretó los dientes.
La razón por la que Andariel ordenó las ejecuciones por toda la ciudad era para asegurarse de que el sumo sacerdote y sus seguidores escucharan los lamentos. A este punto, incluso los demonios tomarían notas de las atrocidades que estaban cometiendo los ángeles.
‘Juro que algún día los voy a partir la madre a todos,’ Siegfried rechinó los dientes mientras reprimía su deseo de salir y matar a los ángeles. Sabía muy bien que a veces era imposible salvar a todos.
Una hora después…
¡Boom! ¡Boom!
De repente, estallaron explosiones alrededor de Ciudad Marina.
“¿¡Eh?!”
Siegfried, que aún vigilaba la situación con la Clarividencia de Inzaghi, notó el movimiento de una gran fuerza militar que se reunía cerca. Era el Reino de Arcadia, uno de los grandes poderes de la región sur del continente.
Ciudad Marina era territorio del Reino de Arcadia, así que era natural que su ejército respondiera.
¿El problema? Era como lanzar huevos contra una roca.
Un ejército convencional sin ningún poder divino no tenía posibilidad alguna contra los Ángeles Caídos, y básicamente estaban marchando directo a su muerte.
Sin embargo, para Siegfried y los miembros del clero, esto era una oportunidad.
Mientras el ejército de Arcadia luchaba por recuperar la ciudad, ellos podrían aprovechar el caos para escapar.
‘Se retirarán por su cuenta si ven que las cosas no les salen,’ pensó Siegfried.
Con ese razonamiento, esperó el momento oportuno.
En cuanto el ejército arcadiano lanzó su asalto sobre la ciudad, los Ángeles Caídos detuvieron su espectáculo de ejecuciones y cambiaron su atención hacia los agresores.
“¡Vámonos!”
Sin perder ni un segundo, Siegfried guió al clero fuera de la taberna y hacia las alcantarillas.
Treinta minutos después…
¡Splash! ¡Splash!
Lograron entrar a las alcantarillas.
¡Bzz! ¡Bzz!
Y las moscas se agruparon de inmediato a su alrededor… o más específicamente, alrededor de Siegfried.
“Ugh… Maldita sea…” murmuró Siegfried.
Aun así, se obligó a ignorarlo y siguió avanzando. “Solo una hora. Aguanten, ya casi llegamos.”
Mientras avanzaban por las cloacas—
‘Ah, ya se están retirando…’
Siegfried vio que el ejército de Arcadia se estaba retirando como una marea en retroceso.
Como era de esperarse, seguramente habían sufrido bajas pesadas en poco tiempo y decidieron retroceder.
‘Tenemos que apurarnos y escapar. No nos queda mucho tiempo.’
Justo cuando estaban por continuar—
“¡Sacerdotes que sirven a un dios falso! ¡El ejército que vino a ayudarlos ha dado la espalda y ha huido!”
La voz de Andariel volvió a resonar.
“¡Ahora reanudaré la ejecución de los ciudadanos de esta ciudad! ¡He perdonado a los niños por misericordia hasta ahora! ¡Pero desde este momento, eso cambiará! ¡Por cada minuto que pase, solo ejecutaré niños de ahora en adelante!”
Ese supuesto ángel resultó ser la cúspide del mal.
A este punto, no sería sorprendente decir que ya estaba corrompido más allá de la redención y se había convertido en un demonio. O quizás, ya era un demonio mucho antes de su caída de la gracia.
Fue entonces cuando el Sumo Sacerdote Nereus dejó de caminar y habló.
“No iré, Su Majestad.”
“¿¡Qué?! ¿¡Qué quieres decir con eso!?” exclamó Siegfried, atónito.
“Tal como lo escuchó, Su Majestad.”
“¿Sabes que ese tipo solo está diciendo puras mamadas, verdad?”
“Lo sé. Estoy consciente de que los ángeles seguirán masacrando a todos en Ciudad Marina, incluso si regreso.”
“¿Y aun así quieres ir sabiendo eso?”
Nereus sonrió levemente y respondió, “Su Majestad, soy un sacerdote antes que nada.”
“Lo sé, pero—”
“Mi deber es proteger al pueblo de Ciudad Marina. Están muriendo, ¿cómo podría abandonarlos y huir?”
“¿Pero qué cambia si mueres con ellos?”
“Al menos, moriré con la conciencia limpia.”
“…”
“No puedo seguir sirviendo a mi fe mientras llevo esta culpa pesando sobre mi conciencia y mi corazón.”
“Ah…”
“Además, le he confiado a usted nuestra reliquia sagrada. E incluso sin un viejo como yo, la Iglesia de Neptuno puede renacer de entre las cenizas,” dijo Nereus con una sonrisa serena.
Martirio.
Nereus estaba preparado para mantener su dignidad como sacerdote y cumplir su deber sagrado hasta el final.
Por supuesto, Siegfried no podía comprender del todo la determinación del sumo sacerdote.
¿Cómo podría entender la devoción de un hombre que dedicó toda su vida a una sola fe?
“¡Yo también iré!”
“¡Por favor, lléveme con usted, Sumo Sacerdote!”
“¡Yo también lo seguiré!”
Los demás sacerdotes comenzaron a dar un paso al frente, expresando su deseo de unirse a Nereus en el martirio.
“¡De ninguna manera!” gritó Nereus, su voz sonó aguda y severa.
El martirio de Nereus sería recordado por los fieles y serviría como catalizador para fortalecer la unidad de la Iglesia de Neptuno.
¿Y qué hay de los otros miembros del clero?
Algunos de ellos eran miembros de alto rango. Si todos morían allí, sería catastrófico para la Iglesia de Neptuno.
Los seguidores dispersos por el continente necesitarían líderes que los guiaran.
“Por favor, asegúrese de que los demás escapen sanos y salvos, Su Majestad,” dijo Nereus.
“Lo haré,” respondió Siegfried con un asentimiento.
No intentó detenerlo.
Nereus ya había tomado su decisión, así que Siegfried decidió respetar la convicción y elección del clérigo de más alto rango de esa orden religiosa.
“No se preocupe por ellos. Yo asumiré la responsabilidad y los protegeré hasta que logremos salir de este lugar.”
“Le estaré eternamente agradecido, Su Majestad.”
Dejando a sus seguidores bajo el cuidado de Siegfried, Nereus se dirigió a ellos.
“Deben escapar de Ciudad Marina con vida y enfocarse en reconstruir la iglesia. ¿Entendido?”
Lágrimas corrían por los rostros de los sacerdotes al responder.
“¡Sí, Sumo Sacerdote! ¡Reconstruiremos la iglesia, pase lo que pase!”
“¡N-No! ¡Sumo Sacerdote!”
Nereus los miró con ojos cálidos y compasivos.
“¿Por qué lloran? Esta es una muerte noble y honorable. ¿Quién sabe? Tal vez Neptuno se apiade de este viejo y obre un milagro. Enjuaguen sus lágrimas. Deben sobrevivir, no importa qué.”
Con esas últimas palabras, Nereus se dio la vuelta y regresó por donde vinieron.
Mientras Andariel continuaba desatando su guerra psicológica y ejecuciones públicas en la plaza principal, recibió un informe inesperado.
El Sumo Sacerdote Nereus, líder de la Iglesia de Neptuno, había acudido voluntariamente ante él.
Y no solo él…
Otros miembros del clero de alto rango que estaban dispersos por Ciudad Marina habían tomado la misma decisión.
También habían elegido el martirio.
“¿Oh?”
Una sonrisa siniestra se dibujó en el rostro de Andariel al ver cómo los miembros del clero se acercaban por su propia voluntad. Las comisuras de sus labios se extendieron de oreja a oreja, haciéndolo parecer más un demonio que un ángel.
Bueno, no es que hubiera mucha diferencia entre él y un demonio, considerando que ya había quemado vivos a hombres, mujeres y niños inocentes sin dudarlo.
“Bueno, vean lo que tenemos aquí, hermanos y hermanas. Parece que los siervos del dios falso han llegado. ¡Átenlos a las sillas!”
No tenía intención alguna de darles una muerte rápida. Planeaba quebrarlos sometiéndolos a torturas indescriptibles hasta que renegaran de su dios y admitieran que toda su vida de devoción no había sido más que una ilusión sin sentido.
Con eso, comenzó el tormento.
“¡A-Agh! ¡Aaack!”
“¡Arghhh!”
“¡Solo mátanos ya!”
“¡Mátame! ¡Solo acaba con esto!”
A pesar de ser sometidos a torturas indescriptibles, el Sumo Sacerdote Nereus y sus seguidores soportaron el dolor. Ni uno solo de ellos cedió ni renegó de Neptuno, ni dijeron que su fe había sido en vano.
Los mártires dispuestos a morir por su creencia no se quebraban tan fácilmente. Su resolución era como una fortaleza impenetrable construida sobre una roca inamovible, y ninguna agonía física podría romperlos.
“¿Oh? ¿Así que creen que pueden aguantar?” murmuró Andariel con un leve tono de sorpresa en su voz. Sin embargo, su mirada era fría, y había una obvia irritación en su rostro ante la resistencia de los mártires. “Vamos a ver cuánto pueden durar entonces.”
Con esas palabras, ordenó a los Ángeles Caídos que infligieran torturas aún peores sobre los mártires.
Mientras tanto, Siegfried ya casi salía de Ciudad Marina después de dejar ir al Sumo Sacerdote Nereus.
‘Tsk… Esto me está cagando el alma…’
Ser obligado a huir de la ciudad no le sentaba nada bien. No deseaba nada más que masacrar a cada uno de esos malditos Ángeles Caídos, pero la retirada era la única opción viable por ahora.
Esa realidad lo frustraba enormemente.
Se sentía como si intentara tragarse tres camotes enteros sin una sola gota de agua. Una sensación insoportable de frustración se le atoraba en las entrañas.
Ser forzado a marcharse incluso después de presenciar atrocidades tan horribles hacía que su sangre hirviera.
‘Voy a estar inquieto y encabronado por días si me voy así…’ gruñó para sí mismo.
Fue entonces.
¡Rumble!
Algo en su Inventario comenzó a temblar antes de salir por sí solo…
¡Rumble!
Como si estuviera siendo controlado por una fuerza invisible, el Tridente del Dios del Mar flotó fuera de su inventario y aterrizó con firmeza en su mano.
‘¿Q-Quién chingados está haciendo esto?’ pensó Siegfried, desconcertado por el extraño fenómeno que tenía ante sus ojos.
Antes de que pudiera siquiera procesarlo—
“…Abre los ojos a la voz que te llama.”
—Una voz misteriosa susurró en su oído.