Maestro del Debuff - Capítulo 903

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—¡Kyuuu! ¡Tenemos que correr, amo idiota! ¡AHORA!

—¡O-okay!

Siegfried en verdad quería dejar a Hamchi atrás para darle una lección. Y la verdad, la idea era bastante tentadora… pero se contuvo.

—¡Huff! ¡Huff! ¡Huff!

No podía simplemente abandonar a Hamchi después de verlo esforzarse al máximo, arrastrando su cuerpo gordito que se agitaba violentamente mientras huía.

—¡Maldita sea! ¡Súbete rápido!

—¡Kyuuu!

—¡Argh! ¡¿Por qué demonios te pusiste tan gordo?! —gruñó Siegfried en cuanto Hamchi saltó sobre sus hombros.

Su fiel compañero parecía haber duplicado su peso en el poco tiempo que no lo había visto.

—¡Cállate y corre, amo idiota! ¡Corre!

Fue entonces que…

—¡KYAAAAAK! ¡Voy a matarlos a los dos! —Mochi lanzó un grito espeluznante mientras blandía su martillo con una fuerza abrumadora.

—¡H-Hiiiik! —gritó Siegfried, casi tropezando al sentir la sed de sangre que irradiaba Mochi. Si los alcanzaba, sin duda les destrozaría el cráneo a él y a Hamchi.

¡Woooong!

Siegfried activó la puerta de teletransporte.

¡Flash!

Justo a tiempo, él y Hamchi desaparecieron antes de que Mochi pudiera atraparlos.

—¡KYAAAAAK! ¡¡Están muertos en cuanto regresen!! —se oyó su furioso grito resonando por todo el palacio real del Reino de Proatine.

Siegfried y Hamchi apenas lograron escapar de la ira de Mochi, y aparecieron en una ciudad costera al sur del continente.

—Oye, ¿qué demonios pasó allá atrás? —preguntó Siegfried en cuanto salieron de la puerta de teletransporte, con el corazón aún latiéndole a mil.

—Kyuu… Ni preguntes. Hamchi casi muere… —respondió Hamchi con un largo suspiro—. Mochi… engordó a Hamchi…

—¿Q-qué?

—Mochi le daba a Hamchi… c-cinco comidas al día. Kyuuu…

—¡Pfft! ¡Bwahahaha!

—Sniff… Sniff… Por eso Hamchi está así de gordo… —dijo Hamchi, deprimido, tocando su abultada pancita mientras sollozaba.

—¿Pero por qué te daba tanta comida?

—Mochi quiere que Hamchi se vuelva feo… para que no pueda escapar… Kyuuu…

—Wow… Eso ya suena demente.

—¡¿Ahora entiendes por qué Hamchi le tiene miedo?! ¡¿Por qué crees que le teme tanto?!

—Demonios…

—Mochi es una mujer aterradora. Hamchi podría terminar engordado como ganado… Kyuuu…

—Entonces… ¿cuál es tu plan ahora? —preguntó Siegfried. Y murmuró—: El futuro se ve sombrío.

—¡¡Esto es todo tu culpa!! ¡¡Kyaaaak!! —gritó Hamchi, con el pelaje erizado, abalanzándose sobre él.

Y no era para menos: Siegfried había entregado a Hamchi a Mochi en bandeja de plata.

—¡Oye! ¡Lo hice por el bien mayor! ¿De verdad crees que lo hice para fastidiarte?

—¡Mentiroso! ¡Disfrutaste viéndolo! ¡¡Querías ver sufrir a Hamchi!! ¡¡Kyaaaak!!

—¡Ack! ¡E-espera! ¡No me jales el cabello! ¡¡Mi cabello no!!

Y así, Siegfried terminó a merced de un hamstercito gordito y furioso que le jalaba el cabello sin piedad.

—¡Kyuuu! ¡¿Pero dónde demonios estamos ahora?! —bufó Hamchi.

—… ¿Y a ti qué te importa? —gruñó Siegfried, aplicándose una poción en los rasguños de su cara—. ¡Argh! ¡Deja de golpearme! ¡Me dejaste la cara hecha un desastre!

—¡Deberías agradecer! ¡Hamchi se contuvo! ¡¡Kyaaaak!!

—¡Maldito roedor!

Siegfried refunfuñaba, pero no contraatacó. Sabía que se lo había ganado.

—De todos modos, ¿dónde más íbamos a venir? Tengo asuntos con la Iglesia de Neptuno, el Templo del Dios del Mar.

—¿Kyuuu?

—Su sede está aquí —dijo Siegfried, señalando la metrópolis a lo lejos.

Marine City.

Era la ciudad más grande de la región sur del continente de Nurburg, un bullicioso centro de comercio marítimo y pesca. El lugar perfecto para la Iglesia de Neptuno, que servía al Dios del Mar.

‘Quizá encuentre alguna pista sobre la Sangre de Neptuno…’

Con ese pensamiento, Siegfried avanzó hacia Marine City, con Hamchi dando brinquitos a su lado.

—¡Kyuuu! ¿No ibas a descansar? ¡Es tarde, debes estar agotado, amo idiota!

—Solo pasaré rápido por el templo y luego me iré a dormir. Sí estoy algo cansado.

—¡Kyuuu! ¡Apúrate y descansa ya!

—Sí, sí…

Fue entonces que…

—¿Kyuuu?

Hamchi ladeó la cabeza, mirando al cielo nocturno sobre Marine City.

—Oye, amo idiota.

—¿Qué?

—¿Las aves no deberían estar dormidas de noche?

—¿Eh?

Excepto por las nocturnas, como los búhos, la mayoría de las aves no vuelan de noche.

—¿Por qué preguntas?

—¡Mira! ¡Aves volando! ¡Kyuuu! —señaló Hamchi.

Siegfried frunció el ceño.

—¿Qué aves estarían volando a estas horas…?

—¡Solo mira!

Siegfried volteó… y en efecto, había un grupo de “aves” sobrevolando la ciudad.

—¿Son… búhos migrando?

Pero entonces…

—…!

Al mejorar su visión, Siegfried notó que no eran aves.

¡Flap! ¡Flap!

Eran Ángeles Caídos.

—…!

Los ojos de Siegfried se abrieron de par en par. Era un ataque nocturno. Los Ángeles Caídos se dirigían directo al Templo del Dios del Mar.

—¡Hamchi! ¡CORRE! —gritó Siegfried, echando a correr.

—¡Kyuuu! ¿Qué pasa, amo idiota?

—¡Los Ángeles Caídos están atacando el Templo!

—¡Huff! ¡Huff! ¡A-amo idiota! ¡Hamchi no… puede… correr… más…!

—¡Tch! —Siegfried giró la cabeza.

¡Boing! ¡Boing!

El sobrepeso de Hamchi, resultado de ser sobrealimentado, le impedía correr como antes.

—¡Argh! ¡Me estás jodiendo!

Sin opción, lo cargó sobre el hombro y extendió su Traje de Alas del Cuervo Negro +10.

Pero entonces…

—No puede ser… —murmuró Siegfried.

Cambió rápidamente de rumbo: los Ángeles Caídos que se aproximaban eran más de diez mil.

Por muy fuerte que fuera, no podía enfrentarse solo a semejante número.

‘¡Mierda! ¡Esto es un asalto aéreo a gran escala!’

No tenía más opción que retirarse y evaluar la situación.

Cerca de treinta mil Ángeles Caídos descendieron sobre Marine City, invadiéndola en cuestión de minutos.

¡Boom! ¡Boom! ¡Boom!

Cientos de cañones antiaéreos dispararon sin cesar, pero fue inútil.

Los Ángeles Caídos eran casi inmunes a ataques convencionales. Las balas eran como piedras lanzadas.

¿Y las fuerzas defensivas de la ciudad? Igual de inútiles.

Solo el Poder Divino podía dañar a los Ángeles Caídos. Si no eras Paladín o Cruzado, no tenías oportunidad.

En menos de media hora, la ciudad cayó.

—Ah… conquistaron la ciudad… —Siegfried observaba desde lejos, desesperado.

—¡Aaaaah!

—¡Kyaaaaah!

Los gritos de la gente resonaban por la noche.

La ciudad ardía, miles morían… y Siegfried no podía hacer nada. Ni siquiera con todo el Gremio Head Crusher podría enfrentar tal fuerza.

—Esto es una locura… ¿Cómo se atreven a llamarse ángeles?

Apretó los dientes.

Pero no había nada que pudiera hacer.

—Vámonos.

—¿Kyu? ¿A dónde vamos, amo idiota?

—Al Consejo Religioso Continental.

—¿¡Kyu!?

—Tenemos que informarles. Esto es un ataque total contra la Iglesia de Neptuno.

Con eso, Siegfried se dirigió a la puerta de teletransporte.

El Consejo Religioso Continental cayó en caos al escuchar el reporte de Siegfried.

Al principio, los líderes religiosos pensaron que era una locura.

Pero al confirmar que toda comunicación con Marine City se había cortado, cundió el pánico.

—¡Dios mío!

—¡Ah! ¡La ira de los ángeles ha caído sobre nosotros!

Los líderes se desesperaron al saber que la sede de la Iglesia de Neptuno había sido arrasada en un instante.

—¡Esto no puede ser…! ¡Oh, Dios del Mar, Neptuno! ¡¿Cómo puedes permanecer en silencio mientras tus devotos mueren así?!

Un sacerdote se desplomó inconsciente de la angustia.

Y eso no era todo…

—¡¿Qué hacemos?!

—¡Esto es un desastre!

—¡Alerten a todas las órdenes! ¡Prepárense para el combate inmediato!

Había posibilidad de que los Ángeles Caídos atacaran de nuevo. Todas las órdenes enfocaron sus esfuerzos en reforzar sus defensas.

‘¿De verdad creen que podrán detenerlos así?’ —pensó Siegfried, escéptico.

El verdadero problema era: ¿cómo estaban entrando los Ángeles Caídos a este mundo?

¿Dónde estaba su base? ¿Cómo cruzaban?

Sin esas respuestas, nada cambiaría.

‘Me lo imaginaba…’

Ni siquiera él tenía una solución clara. Solo podía defenderse.

‘¿Hmm?’

Vio a una sacerdotisa de la Diosa de la Tierra, Gaia. Y uno de los objetos clave para invocar a Terra era el Cáliz de Gaia.

Se acercó y preguntó:

—Disculpe, ¿podría hablar con usted un momento?

—Por supuesto, Su Majestad —respondió con una reverencia.

—¿Está familiarizada con el Cáliz de Gaia?

—Desde luego. Es una reliquia sagrada de nuestra orden.

—Oh…

—¿Puedo saber por qué pregunta por él?

—Lo necesito.

—¿Perdón?

Siegfried le explicó por qué necesitaba el cáliz.

—La verdad… fui a Marine City buscando la Sangre de Neptuno.

—Ya veo.

—Así que… ¿sería posible que me lo prestaran?

Sabía que era una petición absurda.

—Eso no depende de mí, Su Majestad —dijo la sacerdotisa, apurada—. Pero si eso ayudará en esta crisis… podría solicitar la aprobación de la orden.

—Por favor, se lo ruego.

—Creo que la orden aceptará fácilmente. Usted busca evitar que la muerte se apodere de este mundo. Estoy segura de que incluso la diosa lo apoyaría.

—Muchísimas gracias.

—Informaré de inmediato.

En ese momento…

Un heraldo irrumpió en la sala:

—¡Tenemos noticias de la Iglesia de Neptuno en Marine City!

—…!

Todos voltearon hacia el heraldo.

Todos pensaban que la Iglesia había sido aniquilada… así que nadie esperaba esa noticia.

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