Maestro del Debuff - Capítulo 1076
Esa era precisamente la razón por la que Baal había elegido a Siegfried como su sucesor. Él pretendía cargar con el peso por su cuenta: tanto para cumplir su ambición personal como para proteger al Reino Demoníaco al mismo tiempo.
Si los ángeles lograban descender sobre el Reino Medio, entonces solo sería cuestión de tiempo antes de que el Reino Demoníaco también estuviera en peligro.
Por eso, Baal decidió derribar a Lucifer para detener la invasión del Reino Medio.
Sin embargo, el verdadero problema era lo que venía después.
Si el Rey Demonio y el Arcángel Supremo peleaban con la vida en juego, ninguno de los dos saldría ileso de una batalla tan feroz.
Incluso el vencedor quedaría con heridas gravísimas, prácticamente reducido a un cadáver andante, si es que podía caminar después de eso. Incluso existía la posibilidad de que ambos terminaran cayendo en la batalla.
En el peor de los casos, Baal perdería contra Lucifer y no lograría detener la invasión del Reino Medio.
Si eso ocurría, entonces el Reino Demoníaco perdería a la figura central que los unía como uno solo —el Rey Demonio— y el caos inevitablemente caería sobre todo el reino poco después.
Por eso Baal necesitaba un sucesor. Necesitaba a alguien que pudiera liderar a los demonios en su lugar, incluso si él caía en la batalla contra Lucifer.
Y ese sucesor no era otro que Siegfried.
Por lo que Baal había investigado y por lo que había juzgado con sus propios ojos, Siegfried era un individuo capaz que se había establecido como el héroe del Reino Medio.
Además, era un señor demonio bastante poderoso, e incluso tenía al Señor Demonio de la Venganza, Metatrón, como subordinado. En otras palabras, Siegfried tenía el potencial de crecer hasta convertirse en un soberano absoluto: uno capaz de mandar tanto en el Reino Medio como en el Reino Demoníaco.
“¿Ya… tomaste una decisión?”, preguntó Michael.
“Sí, ya la tomé”, respondió Baal asintiendo. Luego continuó: “La mala hierba hay que arrancarla antes de que crezca y eche raíces más profundas. Si dejamos las cosas como están, al final tanto el Reino Medio como el Reino Demoníaco caerán ante los ángeles”.
“Hmm…”
“Por eso no me queda de otra que moverme primero. Es mejor que yo le corte la cabeza a Lucifer a quedarme marchitándome sin hacer nada, ¿no crees?”
“No estás equivocado, pero…”
“Ya basta. Si de verdad logro derrotar a Lucifer, entonces quiero que recuperes tu título de Arcángel Supremo y gobiernes el Reino Celestial. No hay razón para que no puedas hacerlo una vez que recuperes todas tus alas, ¿verdad?”
“Pero mis propios hermanos y hermanas ya me marcaron como traidor. ¿Cómo podría alguien como yo volver a gobernar el Reino Celestial como Arcángel Supremo?”
“Poder.”
“…!”
“No te destituyeron por falta de poder, Michael. Perdiste porque tu corazón era demasiado blando. Pero con Lucifer fuera, ¿quién podría impedirte gobernar con tu fuerza?”
“Pero gobernar a mis hermanos por la fuerza es simplemente—”
“¿Entonces te vas a quedar sentado dejando que esos supuestos ‘hermanos’ tuyos invadan el Reino Medio?”
“¡E-Eso…!”
“Primero somételos con poder, y luego podrás convencerlos después si hace falta. Además, seamos honestos. ¿Por qué pasó todo este desastre en primer lugar? ¿No fue porque tú fallaste en guiarlos correctamente?”
Michael no pudo responder a las palabras de Baal.
El Rey Demonio tenía razón, e incluso el propio Michael admitía que su naturaleza gentil le había dado a Lucifer la oportunidad perfecta para explotarla y rebelarse.
“Aunque yo pierda, Lucifer sufrirá un daño enorme y perderá gran parte de su fuerza. Cuando eso pase, no te será difícil reclamar tu lugar legítimo como Arcángel Supremo.”
“…Está bien.”
“Y trabaja de cerca con mi sucesor, Siegfried. Haz lo que sea necesario para evitar una guerra entre ángeles y demonios.”
“Entiendo lo que quieres decir.”
“Entonces con eso basta”, dijo Baal con una sonrisa. Luego, su sonrisa se volvió melancólica mientras añadía: “Sí me siento mal por aventarle todo esto a Siegfried. Pero ¿qué le hacemos? Es el único capaz de unir los dos reinos”.
“Eso es cierto.”
“Aunque… qué lástima.”
“¿Por qué?”
“Dicen que el momento lo es todo en la vida. Si yo hubiera sido Rey Demonio en cualquier otra era, habría apuntado más allá del Reino Medio. ¿Quién sabe? Quizá yo sería el que estaría invadiendo el Reino Celestial con un ejército.”
“Ah…”
Solo entonces Michael entendió por qué Baal sonaba así.
Baal era un Rey Demonio trágico nacido en la era equivocada. Si hubiera alcanzado el poder durante el apogeo del Reino Demoníaco, entonces sería el Reino Celestial el que temblaría de miedo, y no al revés.
Por desgracia, eso no era posible, pues el Reino Demoníaco llevaba mucho tiempo en decadencia; por eso Baal creía que había nacido en la era equivocada.
“Bueno, ¿qué puedo hacer? Aunque no llegue a invadir y conquistar el Reino Celestial, ser recordado como el Rey Demonio que le cortó la cabeza al Arcángel Supremo no es un legado tan malo.”
“¿De verdad crees que puedes ganar? Tú sabes igual que yo que Lucifer es fuerte.”
“¿Y tú crees que yo no? Soy el único en la historia del Reino Demoníaco que se levantó desde lo más bajo de lo bajo hasta el trono del Rey Demonio. No le tengo miedo a nadie… ni siquiera a ti en tu mejor momento.”
“Te concedo que eres fuerte, pero—”
“Yo, Baal, estoy seguro de que puedo ganar contra cualquiera”, dijo Baal con total confianza.
“¿Entonces qué hay del Anciano? ¿Puedes ganarle a él?”, preguntó Michael.
“Ya viste la hora. Es hora de que me vaya”, dijo Baal, y se dio la vuelta.
En el momento en que Michael mencionó a Deus, el Rey Demonio negó con la cabeza como si hubiera escuchado un nombre que no quería oír. Tenía la confianza de poder derrotar a Lucifer, pero era evidente que no tenía nada de confianza cuando se trataba de pelear contra Deus.
La Alianza Sagrada cerró sus puertas y se preparó para un asedio al ver a las Fuerzas Aliadas marchando a lo lejos.
Era un invierno brutalmente frío. Hacía poco había caído una nevada pesada, y era seguro que caería más dentro de poco.
Con el clima favoreciéndolos, la Alianza Sagrada eligió resistir hasta que más ángeles caídos llegaran como refuerzos. Además, tenían provisiones de sobra almacenadas, así que decidieron aguantar hasta la siguiente nevada y esperar a que sus enemigos se rindieran por sí solos.
Sin embargo, las Fuerzas Aliadas entendían sus intenciones demasiado bien, así que su objetivo era tomar la fortaleza rápido.
Así, el asedio se convirtió en un choque entre lanza y escudo.
“Probablemente tendremos que rendir la fortaleza por asedio… y esperamos bajas considerables, señor”, dijo Hansen.
“¿Hay alternativas?”, preguntó Siegfried.
“Me temo que no las hay, señor”, respondió Hansen, negando con la cabeza.
Muchas veces había situaciones en las que ningún plan inteligente ni táctica servía, por más brillante que fuera el estratega. En una guerra de asedio como esta, lo único que importaba era la fuerza bruta.
“Hmm… Está bien, asediémoslos”, dijo Siegfried después de pensarlo un momento.
“Habrá pérdidas, señor.”
“Las minimizaremos.”
“Pero reducir nuestras bajas en un asedio es casi imposible—”
“Sí se puede. Tú déjamelo a mí”, dijo Siegfried antes de salir de la tienda. Luego llamó a alguien.
“Escriba Gringore.”
“Sí, Su Majestad Imperial.”
“Te gusta cantar, ¿verdad?”
“…¿Eh?!”
Gringore empezó a sudar a chorros ante la pregunta abrupta y completamente random. Por experiencia sabía que cuando Siegfried preguntaba algo raro de la nada, sin duda estaba tramando algo.
“Yo… supongo que sí me gusta cantar, pero—”
“Entonces hazlo.”
“¿Perdón?”
“Canta todo lo que quieras.”
“Discúlpeme, pero… ¿a qué se refiere con—”
Fue entonces.
Siegfried les hizo una señal a los miembros de la Fuerza Proatine que estaban cerca.
“Por aquí, por favor.”
“Venga con nosotros un momento.”
Los miembros de la Fuerza Proatine de pronto sujetaron a Gringore y empezaron a arrastrarlo.
“¡E-Esperen! ¿Qué está pasando de repente?”, gritó Gringore en protesta mientras se lo llevaban a rastras, pero Siegfried lo ignoró por completo.
“¡Su Majestad Imperial! ¡Señor!”
“¡Ya lo vas a entender, no te preocupes tanto!”, respondió Siegfried a gritos, agitándole la mano.
Una hora después, Gringore por fin entendió por qué lo habían traído. Estaba amarrado a un tronco justo al frente del ejército, mirando directo hacia la fortaleza donde las tropas de la Alianza Sagrada estaban apostadas.
Siegfried estaba a su lado y activó Descarga antes de preguntar: “Muy bien, a ver… ¿nos echas una cancioncita bien fuerte?”
“…”
“Yo creo que ellos sí quieren escucharte cantar, la neta.”
“…” Gringore estaba demasiado pasmado como para responder.
En ese momento era poco más que un megáfono humano. Siegfried pretendía convertir las habilidades de Gringore en un arma y lanzar un ataque total sobre la fortaleza.
“Ya es de noche, señor. ¿Nos vamos con una canción de cuna?”
“Sí, a tus órdenes, señor…”
Sin otra opción, Gringore empezó a cantarle una canción de cuna a las tropas enemigas dentro de la fortaleza.
Era una canción llamada Canción de Pesadillas, una melodía hecha para interrumpir y perturbar el sueño del oyente.
“¡P-Para!”
“¡Por favor, ya párale!”
“¡Déjennos dormir, por favor!”
Los soldados de la Alianza Sagrada dentro de la fortaleza no pudieron pegar el ojo gracias a la Canción de Pesadillas.
Sonaba como uñas raspando un pizarrón, provocándoles escalofríos insoportables por la espalda. Cada vez que alguien estaba a punto de quedarse dormido, el sonido le taladraba los nervios y lo sacudía de golpe, despertándolo otra vez.
¿Y si alguien de verdad lograba dormirse? Bueno, ese sueño no duraba.
Los atormentaban pesadillas vívidas y horribles, que sin falta los despertaban antes de que pasara siquiera una hora.
“Jojojo… buenas noches, malditos”, dijo Siegfried con una sonrisita.
Miró hacia la fortaleza a lo lejos y mostró una sonrisa maliciosa. Su plan era agotar a los soldados de la Alianza Sagrada impidiéndoles dormir, y cuando ya estuvieran demasiado exhaustos, entonces empezaría el asedio.
El asalto sónico de Gringore no aflojó.
Siguió cantando durante cuatro días completos, y al cuarto día…
“Ya mátenme… por favor… nomás déjenme morir…”
“Ugha…”
Los soldados de la Alianza Sagrada ya no eran capaces de pensar con claridad. La disciplina se había derrumbado por completo entre sus filas; estaban tirados por los barracones, desparramados, revolcándose en su miseria.
No habían dormido ni una sola hora completa en cuatro días, así que el estrés constante y la falta de sueño los habían reducido a simples cascarones vacíos.
El asalto sónico de Gringore era así de devastador. Como el Cantor Fantasma, su voz cargada de maná no podía bloquearse con magia ni con escudos.
Intentar taparse los oídos con algodón o tela también era inútil, porque aunque se cubrieran por completo las orejas, las ondas de sonido igual viajaban por la piel, los músculos y los huesos, sacudiéndoles los tímpanos desde adentro.
En otras palabras, quienes recibían el asalto sónico de Gringore no tenían más opción que sufrir durante días enteros.
Por eso, los soldados dentro de la fortaleza comenzaron a quitarse la vida uno por uno. Tras cuatro días completos de pesadillas constantes, paranoia y agotamiento, algunos ya no lo soportaron y se suicidaron.
Uno por uno, los soldados de la Alianza Sagrada empezaron a quitarse la vida.
“¡Kekeke! ¡Bien, bien!”, Siegfried flotaba en el cielo, observando la fortaleza donde la Alianza Sagrada estaba atrincherada. “Ya casi están. Con un día más de esto, todo se va a caer como castillo de naipes.”
Con eso en mente, Siegfried decidió mantener la presión un día más.
Esa noche…
‘Debe estar sufriendo un buen. Voy a ir a darle tantito ánimo.’
Siegfried fue a ver a Gringore.
“Ey, Gringore.”
“…S-Su Majestad Imperial.”
La voz de Gringore estaba completamente ronca y sonaba como metal raspando contra metal.
No era sorpresa, pues él tampoco había dormido nada en cuatro días y había estado cantando sin parar. Si no hubiera sido por los buffs de Chae Hyung-Seok, Gringore se habría desplomado por agotamiento desde días atrás.
“Solo un poquito más. Gracias a ti, nuestros aliados han evitado bajas masivas. Tu sufrimiento está salvando decenas de miles de vidas, y no estoy exagerando”, dijo Siegfried.
El sacrificio de Gringore incapacitó por completo al enemigo, así que el número de bajas que sufrirían sus aliados en el asedio sería, sin duda, muchísimo menor.
Las habilidades del Cantor Fantasma tal vez no hacían un daño enorme, pero aun así logró una hazaña tremenda.
“…Lo entiendo, Su Majestad Imperial. Es un honor servir al imperio, y seguiré haciéndolo”, respondió Gringore.
Fue entonces.
“¡Su Majestad Imperial! ¡Señor!”
Un mensajero llegó corriendo y gritó con urgencia.
“¡La Alianza Sagrada se está preparando para retirarse!”
“¿Eh? ¿Qué?”, murmuró Siegfried, confundido.
“¡Ya se rindieron de mantener la fortaleza!”
“¡Oh!”
“¡Felicidades por su victoria, señor!”
De inmediato, cada soldado cercano se arrodilló sobre una rodilla e inclinó la cabeza, felicitando a Siegfried.
“¡Felicidades por su victoria, señor!”
“¡Felicidades por su victoria, señor!”
“¡Felicidades por su victoria, señor!”
Gracias al esfuerzo espectacular de Gringore, las Fuerzas Aliadas lograron tomar la fortaleza sin derramar una sola gota de sangre.