La vida se reinicia con copiar y pegar - Capítulo 198
Un avión de transporte militar estadounidense aterrizó en un aeropuerto de Corea del Sur. A bordo venían los Cazadores americanos, Kim Do-Joon y Siwelin. No hubo ningún alboroto; al parecer, todo se había organizado con antelación.
Kim Do-Joon bajó del avión acompañado de Siwelin. Esperando en el aeropuerto estaban rostros familiares: Son Chang-Il, Jecheon Seong, y —tomando su mano fuertemente— Kim So-Eun.
—¡So-Eun!
—¡Papi!
El rostro de Kim Do-Joon se iluminó con una amplia sonrisa. Kim So-Eun lucía ilesa y perfectamente bien. Su expresión no era más que pura alegría.
Gracias a Dios. Está a salvo.
Aunque Kim Do-Joon sabía que con Jecheon Seong a su lado estaría bien, eso no evitó que se preocupara. Ni siquiera las actualizaciones que recibió durante el vuelo pudieron aliviar del todo su inquietud.
Abrazando con fuerza a su hija, Kim Do-Joon inclinó agradecido la cabeza ante Jecheon Seong.
Jecheon Seong se lo quitó de encima con un gesto casual y dijo:
—¿Todo salió bien?
—Sí, me aseguré de terminar todo sin dejar cabos sueltos.
Ushas fue desgarrado en docenas de fragmentos e inmovilizado en infiernos separados. Aunque técnicamente no estaba completamente muerto, no había posibilidad de resurrección. Cada uno de esos infiernos era tan atroz, que ni siquiera el viejo se atrevería a acercarse.
Apretando el puño, Kim Do-Joon sintió el rastro de energía que llevaba dentro —un fragmento del alma de Ushas.
Con esto en mi poder, es imposible que vuelva.
Incluso si alguien tratara de reunir todos los fragmentos, inevitablemente tendría que enfrentarse con Kim Do-Joon por el último.
En definitiva, Ushas quedaría atrapado en un tormento eterno en esos infiernos —o al menos, hasta que los propios infiernos se disolvieran con el paso de incontables eras.
—Escuché la historia. Has pasado por mucho —dijo Son Chang-Il, extendiendo la mano hacia Kim Do-Joon.
Este la estrechó firmemente y respondió:
—Escuché que aquí también tuvieron algunos problemas.
—Ya está resuelto, gracias al anciano.
Son Chang-Il señaló hacia Jecheon Seong, quien se encogió de hombros como si no hubiera sido nada.
—Deberías irte a casa. ¿Qué te gustaría hacer? Ya tenemos transporte listo.
—Un momento, por favor.
Si fuera solo con Jecheon Seong, no necesitarían un auto. Podrían invocar al Dragón Sombra y volar hasta casa. Sin embargo, le preocupaba que Kim So-Eun pudiera asustarse.
Para probar, Kim Do-Joon invocó al dragón a corta distancia.
—¡Wow!
Por suerte, Kim So-Eun saltaba de emoción mientras se sentaba en el lomo del dragón. Aunque Kim Do-Joon la sujetaba con firmeza para que no se cayera, su alegría era evidente.
No haría falta el auto.
—Nos iremos en este. ¿Gusta venir con nosotros, Presidente? —preguntó Kim Do-Joon, mirando a Son Chang-Il.
El hombre agitó rápidamente las manos.
—No, no, yo tomaré el auto. Además, tengo que atender a los Cazadores americanos.
—Entiendo.
Luego, Kim Do-Joon también se inclinó levemente hacia los Cazadores estadounidenses. Ya les había dado las gracias durante el vuelo, pero la etiqueta exigía un gesto de despedida. Los Cazadores, algo desconcertados, devolvieron el gesto con torpes inclinaciones.
Con eso, el Dragón Sombra se elevó en el aire desde el aeropuerto.
—¡Unni! El trabajo de papi ya terminó, ¿verdad? —preguntó Kim So-Eun.
—Sí, por ahora. No habrá días ocupados por un tiempo —respondió Siwelin.
Mientras volaban por el cielo, la familia por fin tuvo tiempo de conversar. La mayor parte de la charla giraba en torno a sus planes: específicamente, a dónde irían en su próximo viaje.
Desde que fueron a China, el interés de Kim So-Eun por los viajes había aumentado mucho. Y eso era bueno; conocer culturas distintas desde pequeña solo podría enriquecerla.
Kim So-Eun y Siwelin charlaban animadamente, rebosantes de emoción.
Mientras tanto, Kim Do-Joon tenía una conversación más seria con Jecheon Seong.
—Todavía hay algo más que debo hacer —dijo Kim Do-Joon, con tono más grave.
—¿Qué es?
—Debo entregar algo al Señor Espíritu Santo. No me tomará mucho.
Su expresión tenía un matiz amargo. No era precisamente un encargo agradable.
Jecheon Seong pareció comprender y no insistió en los detalles.
—Me cuentas cuando regreses.
Un rato después, el dragón aterrizó en su casa. Esa noche, Kim Do-Joon partió solo hacia la Rama de Caldera.
—¡Deja de hacerte la floja y ayuda!
—Soy invitada. ¿Acaso tu gente es tan grosera que hace trabajar a los invitados?
—¡¿Qué tipo de invitada se pone tan cómoda así!?
Al llegar a la aldea que ya conocía, los sonidos de una discusión le dieron la bienvenida. Reconoció de inmediato ambas voces.
Con una leve sonrisa, Kim Do-Joon se acercó a las dos mujeres.
—Ashunaga, parece que te has encariñado con este lugar.
—¡Humano!
—¡Señor!
Ashunaga se sobresaltó ligeramente al verlo, mientras que Shura se iluminó con una amplia sonrisa.
—¿Y la puerta? ¿No se ha vuelto inestable? —preguntó Kim Do-Joon.
—En absoluto. De hecho, últimamente parece tener aún más energía.
Cuando había enviado a Ashunaga de regreso a su mundo original, dejó la puerta abierta a propósito, para que pudiera ir y venir a su antojo.
—¡Señor, haga algo con ella! ¡Nomás se la pasa tumbada bajo el sol comiéndose nuestras provisiones! —se quejó Shura.
—Soy invitada, tengo derecho a que me atiendan —respondió Ashunaga, echada sin preocupación.
—¿Derecho? ¿¡Estás hablando en serio!?
Mientras su discusión se intensificaba, Kim Do-Joon soltó una risa y les dio un suave golpecito en la cabeza a ambas.
—Perdón, tengo algo que hacer. Luego platicamos.
—¡Ay, Señor!
—¡Adiós, Humano!
Kim Do-Joon se dirigió hacia donde Laoha lo esperaba. Se adentró en el bosque, rumbo al estado tribal de Mahal. Sin embargo, no tuvo que ir muy lejos, pues ella apareció primero.
—¿Cómo te fue? —preguntó Laoha al salir del bosque.
En respuesta, Kim Do-Joon abrió la mano en silencio. Sobre su palma flotaba una energía informe y ominosa.
Laoha reconoció de inmediato lo que era: un fragmento del alma de Ushas. Aunque muy reducido en comparación a su forma original, esa energía vil era inconfundible.
—Lo lograste —murmuró, aliviada.
Kim Do-Joon explicó brevemente lo que había pasado con Ushas. Al hablar, una leve preocupación cruzó por su mente. A pesar de todo, Laoha y Ushas seguían siendo hermanos, y la noticia podría afectarla.
—¡Qué alivio! —exclamó ella con sinceridad.
Sus temores eran infundados. Laoha soltó un largo suspiro, como liberándose de décadas de carga. Su expresión se veía ligera, casi libre, como si un peso enorme se le hubiera quitado de encima.
Tiene sentido. La estuvo atormentando por tanto tiempo.
Era como deshacerse de un acosador obsesivo… solo que peor, porque era su propio hermano.
—Hay algo más que debo darte… —empezó Kim Do-Joon.
—¿Qué es? —preguntó Laoha, con el ánimo aún elevado.
Lo que iba a mostrarle sin duda rompería ese ánimo. Aunque no le agradaba hacerlo, era inevitable.
Kim Do-Joon invocó su sombra, y de ella emergió un cadáver.
Laoha se quedó helada, los ojos abiertos de par en par. Su boca se entreabrió, pero no logró emitir sonido. Su mirada temblorosa se clavó en el cuerpo de un anciano. Lentamente, dando pasos vacilantes, se acercó.
—Ah… ¿P-padre…? —susurró, con la voz quebrada.
—Ushas lo tenía —dijo Kim Do-Joon en voz baja.
No añadió nada más, sabiendo que Laoha ataría cabos por sí sola. Lo que Ushas había hecho con ese cuerpo era demasiado atroz como para ponerlo en palabras.
Agradecida por su silencio, Laoha se arrodilló junto al cadáver y lo abrazó. No había estado presente cuando su padre murió, y aunque sabía que había fallecido, nunca había podido recuperar su cuerpo. Ahora, por fin, podía darle descanso.
Sus hombros temblaban mientras lloraba en silencio, abrazando a su padre. Kim Do-Joon se dio la vuelta, dándole privacidad. Para alguien como ella, mostrar tal vulnerabilidad ante otros era impensable.
Después de un rato, sus sollozos se calmaron y dijo, entre lágrimas:
—…Gracias.
Kim Do-Joon sintió que, al menos en parte, había pagado la deuda que tenía con el anciano.
—¿Qué harás ahora?
Tras un momento para recomponerse, Laoha rompió el silencio.
Kim Do-Joon era ya un ser absoluto. En la vastedad infinita del universo, nadie podía amenazarlo. Por eso, Laoha se preguntaba qué haría a continuación.
—Aún no lo sé —respondió Kim Do-Joon, rascándose la cabeza.
Tenía algunas ideas. Para empezar, había asuntos que debía cerrar en la Tierra.
—Si estás dispuesto… —empezó Laoha, con tono vacilante.
Su voz llevaba el peso de la propuesta que iba a hacer.
—¿Quieres que me encargue de los otros hermanos? —preguntó él, directo.
—Sí —admitió. —Ushas, Vango y Mel Sior están muertos, pero no eran los únicos que traicionaron a padre. Aún quedan tres más.
Esos hermanos, armados con el poder que su padre les había otorgado —y con el que habían robado— seguían causando estragos en sus mundos. Eran tiranos que llevaban el caos a donde iban.
Dejarlos vivos no era opción. No solo eran enemigos personales; había que recuperar su poder y usarlo para perfeccionar la existencia de Kim Do-Joon.
—¿Sabes dónde están?
—No… todavía no. Primero hay que encontrarlos.
—Entonces tardaremos en ocuparnos de ellos.
Kim Do-Joon negó con la cabeza. Ya había decidido que no pasaría mucho tiempo lejos de su hija. Era padre antes que salvador de mundos o héroe del multiverso. Esa resolución no había cambiado.
—Ya veo —asintió Laoha.
Lo entendía. Ella también había sido hija alguna vez.
—Entonces yo misma los buscaré.
Su voz llevaba determinación, aunque sabía lo difícil que sería. En su estado actual, ya le costaba mantener su propio mundo. Aun así, no podía permitir que los asesinos de su padre quedaran impunes. No descansaría hasta verlos destruidos.
—Si logro ubicarlos, ¿me ayudarías a eliminarlos? —preguntó, mirándolo con esperanza.
La verdad era que, sin la ayuda de Kim Do-Joon, no podría hacerlo sola. Lo miró con ojos esperanzados. Seguro aceptaría, ¿verdad?
Sin embargo, Kim Do-Joon negó con la cabeza.
Los ojos de Laoha se abrieron, incrédula. ¿Acaso pensaba dejarlos libres?
No eran simples enemigos personales. Incluso ahora, esos malnacidos causaban sufrimiento en incontables dimensiones. Eran tan perversos como Ushas. Dejarlos libres sería decepcionante.
—No. No tienes que buscarlos tú. Me encargaré yo mismo —dijo Kim Do-Joon con calma.
—¿Qué? Pero antes dijiste…
¿No había rechazado antes la idea para no separarse de su hija?
Kim Do-Joon se frotó el mentón, pensativo. No era algo que pudiera decidir de inmediato. Necesitaba permiso.
—Se lo preguntaré a mi hija.
—¿Eh?
Entonces, Kim Do-Joon abrió una puerta hacia la Tierra. Sin más palabras, la atravesó, dejando atrás a una Laoha perpleja.
Se escuchaba el sonido de alguien cepillándose los dientes. Por suerte, aún era temprano, y Kim So-Eun seguía despierta. Estaba en el baño con Siwelin, cepillándose los dientes juntas.
Kim Do-Joon se agachó frente a la niña, poniéndose a su altura.
—So-Eun, ¿te acuerdas que planeamos hacer un viaje en familia? —preguntó con suavidad.
—Mhm —murmuró ella, la boca llena de pasta, con las palabras amortiguadas.
—¿Qué te parecería… en vez de viajar a otro país, ir a otro mundo?
—¿Hmm?
—¿Eh?
Tanto Kim So-Eun como Siwelin inclinaron la cabeza al mismo tiempo, completamente confundidas por la pregunta inesperada.