La Esposa del Joven General es el Señor Suertudo - Capítulo 470

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  4. Capítulo 470 - La idea del gobierno
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El Ministro de Educación frunció el ceño y dijo con preocupación:
—¿Crees que elegirán a un mariscal sin informarnos, igual que no nos invitan a la recepción?

En realidad, no importaba si asistían o no a esa fiesta, pero el gobierno no permitiría que el Departamento Militar tuviera la última palabra en la elección de un nuevo mariscal; de hacerlo, se enfrentarían a un peligro aún mayor.

Tanto el presidente Yuan Zhangqi como los ministros guardaron silencio, con el ambiente cargado de tensión.

—Esto no está bien. La elección de un mariscal es un acontecimiento nacional. Si ni siquiera nos notifican al respecto, su ambición queda en evidencia —dijo con semblante sombrío el Director de Seguridad Pública.

De todos los organismos gubernamentales, solo Seguridad Pública y Defensa Nacional estaban relacionados con el Departamento Militar, especialmente el segundo, que tenía una relación cercana y de cooperación con él.

Todo el personal del Departamento de Defensa Nacional eran soldados, incluido su ministro, ya que compartían propósitos y deberes similares en lo referente a la seguridad nacional.

Seguridad Pública tenía pocas funciones que coincidieran con las suyas. Por eso, mientras los ministros criticaban al Departamento Militar, el Ministro de Defensa Nacional permanecía en silencio, escuchando las intervenciones de los demás.

Desde su punto de vista, el Departamento Militar no tenía ninguna “ambición” oculta. Desde la fundación de la Federación, el ejército había protegido fielmente al país y a su pueblo. Si los miembros del ejército supieran que se les sospechaba y temía solo por sus méritos, ¡cuán decepcionados se sentirían!

Probablemente era lo mismo que en los tiempos antiguos, cuando los emperadores desconfiaban y hasta eliminaban a los generales más meritorios después de una guerra.

El Ministro de Defensa Nacional deseaba defender al ejército, pero dado su escaso poder, temía que nadie lo escuchara y, peor aún, que lo consideraran sospechoso también.

Ay… Todos eran personas de la Federación que amaban a su país y deberían ser dos fuerzas que trabajaran de la mano. ¿Por qué habían terminado como enemigos?

¿Se enfrentaría la Federación a conflictos internos justo después de una guerra internacional?

No se sabía qué conclusión alcanzó finalmente el gobierno, pero al día siguiente, el Departamento Militar recibió la visita del presidente Yuan Qizhang y varios ministros importantes. Venían, en teoría, a “consolar a los soldados del frente”, pero su verdadero propósito era averiguar quiénes eran los candidatos para nuevo mariscal.

Tang Qixu, como mariscal secretario y enlace con el gobierno, fue quien los recibió.

Si se hubiera tratado de funcionarios menores, podría haber delegado la recepción en algunos subordinados, pero dado que el propio presidente acudió, por respeto, Tang Qixu los acompañó de principio a fin.

Primero los llevó a visitar la Primera, Segunda y Tercera Legión, y luego al Regimiento Bestia Divina, fundado por Jiang Mosheng, que había sido la unidad con mayor aporte durante la guerra.

—He oído que este regimiento fue creado por Jiang Mosheng y que tuvo un desempeño extraordinario en el frente. Son la razón por la que el Imperio Mei aceptó retirarse y buscar la paz, ¿verdad? Jóvenes aterradoramente talentosos. El regimiento no tiene mucho tiempo de haberse formado, ¿cierto? —dijo Yuan Qizhang con una sonrisa amable, aunque sus palabras estaban cargadas de segundas intenciones.

Al atribuir todo el mérito de la rendición del Imperio Mei al Regimiento Bestia Divina, Yuan Qizhang insinuaba algo que, de ser malinterpretado por gente estrecha de mente, podía despertar celos hacia Jiang Mosheng y su unidad, creando desunión entre las demás legiones y el regimiento. Eso no era nada bueno para el ejército.

Además, aunque los otros generales no se dejaran influenciar por esa provocación, el hecho de que el presidente elogiara solo al Regimiento Bestia Divina, sin mencionar a las tres grandes legiones, los haría sentirse incómodos y poco valorados.

En resumen, el presidente buscaba sembrar discordia en torno a Jiang Mosheng.

Tang Qixu no pudo evitar esbozar una sonrisa sarcástica que pronto disimuló, respondiendo con serenidad:
—Así es. Solo lleva un año formado. No está nada mal.

—Vaya, solo un año y ya ha logrado tanto. Deben ser recompensados adecuadamente. Y Jiang Mosheng… tengo entendido que ha sido ascendido a teniente general, ¿cierto? Lo merece después de defender a nuestro pueblo tantas veces. Sus hombres también deberían recibir recompensas, ¿no crees, mariscal Tang? —dijo Yuan Qizhang con una sonrisa aparentemente cordial.

—Por supuesto. El Departamento Militar recompensa siempre a cada soldado que haya obtenido méritos. Sin embargo, esta guerra ha consumido casi todos nuestros recursos. Señor presidente, ¿cree que podríamos recibir un poco de apoyo financiero? —replicó Tang Qixu con una sonrisa educada, desviando hábilmente el tema para tomar el control de la conversación.

Al oírlo, a Yuan Qizhang casi se le borró la sonrisa del rostro.

—Mariscal Tang, el Departamento de Logística ya ha enviado bastantes suministros, pero… si las reservas no alcanzan, me temo que… —intentó decir el Ministro de Logística.

Tang Qixu lo interrumpió, sonriendo:
—¿Acaso no recibimos compensaciones del Imperio Mei? No necesitamos demasiadas cosas, solo tarjetas de energía, armas y mechas. El resto puede quedarse con el gobierno. Pero nuestros soldados combaten en el frente; si no están bien equipados, perderán la vida y no podrán proteger a nuestro pueblo. ¿Verdad, ministro Liu?

El aludido, Ministro de Logística, no supo qué responder.

Tang Qixu mantuvo su sonrisa cortés, pues como dice el dicho: “nadie golpea a un rostro sonriente”. Ya que el gobierno había venido a crear problemas, él no sería amable tampoco. Además, esas compensaciones le pertenecían al ejército por derecho propio.

Yuan Qizhang y los ministros estuvieron a punto de maldecir, pero recordando el propósito de su visita, tragaron su frustración.

Así, su plan fracasó, y de paso perdieron una buena cantidad de materiales. Aunque el gobierno no necesitaba esos recursos, les preocupaba que el ejército los usara en su contra. ¿Estaban cavando su propia tumba?

La paranoia de los funcionarios era tal que, si Tang Qixu pudiera leer sus pensamientos, seguramente les diagnosticara: delirio persecutorio.

Después de andar con rodeos, finalmente tocaron el tema central.

—La traición de Yu Hongrui también nos sorprende y entristece, pero hay que decidir pronto un nuevo mariscal. Tanto usted como el mariscal Jiang están muy ocupados. Sería bueno nombrar a alguien que comparta su carga —dijo Yuan Qizhang fingiendo preocupación.

Tang Qixu entendió de inmediato las verdaderas intenciones de aquellos hombres.

Sabía bien del recelo del gobierno hacia el ejército, pero prefería fingir ignorancia.

Los soldados eran directos y detestaban tratar con funcionarios que daban mil vueltas antes de decir algo. Por eso, cada vez que el gobierno visitaba el Departamento Militar, la mayoría evitaba encontrarlos como si fueran una epidemia. Solo Tang Qixu sabía manejarlos.

En realidad, el gobierno no tenía nada que temer. ¿De verdad creían que esos soldados rudos y francos querían apoderarse del gobierno y lidiar con la burocracia?

Por favor… con su carácter e inteligencia práctica, no durarían ni un día en la política.

Los soldados preferían seguir con su vida libre y despreocupada en el ejército.

Para el bienestar de la Federación, tanto el gobierno como el ejército eran indispensables. Los hombres de uno y otro tenían naturalezas tan distintas que jamás podrían reemplazarse.

Los funcionarios gobernaban con la cabeza y la pluma; los soldados, acostumbrados al arma, probablemente romperían la pluma antes de escribir una sola línea. Para ellos, eso sería una tortura.

Y, por otro lado, sería mejor entregar el país al enemigo que enviar a esos frágiles burócratas al campo de batalla.

Por lo tanto, cada parte debía cumplir su papel sin interferir con la otra, y el ejército nunca había tenido intención de sustituir al gobierno.

Claro, eso no significaba que se quedaría de brazos cruzados si la corrupción se extendía entre los funcionarios.

—Tiene razón, señor presidente. Pero elegir un mariscal es un asunto importante que requiere consideración. El mariscal Jiang y yo seguimos evaluando candidatos apropiados —respondió Tang Qixu con una sonrisa diplomática.

Y era cierto: además de reorganizar el ejército y consolar a los soldados, estaban analizando discretamente a los posibles sucesores.

—Tengo una sugerencia. No sé si el mariscal Tang estaría interesado —dijo Yuan Qizhang, sonriendo con misterio.

—Lo escucho con gusto —respondió Tang Qixu.

—Actualmente, el ejército y el gobierno se encargan respectivamente de los asuntos militares y políticos, pero la economía también es vital para un país. Como sabe, en el pasado, para evitar la dictadura o la concentración de poder, se prohibió que los descendientes de altos funcionarios o militares participaran en negocios. Sin embargo, la economía es la base del país. Sin una economía fuerte, ni el desarrollo ni la guerra son sostenibles, pues ambos son costosos —expuso Yuan Qizhang, alargando su discurso para preparar su verdadera propuesta.

Tang Qixu lo escuchó pacientemente, analizando cada palabra para discernir sus intenciones.

Al verlo atento, Yuan Qizhang prosiguió:
—Tome esta guerra como ejemplo. Si no fuera por las grandes compensaciones del Imperio Mei, ni el gobierno ni el ejército podrían haber recuperado tan rápido las pérdidas. Si estallara otra guerra ahora, careceríamos de suministros; los soldados no podrían luchar bien y el territorio de la Federación estaría en peligro.

—Tiene razón, señor presidente. Entonces, según usted, ¿qué relación hay entre la economía y el nuevo mariscal? ¿Pretende que las familias Tang y Jiang entren en el comercio? ¿O está sugiriendo una gran oportunidad? —preguntó Tang Qixu, intrigado.

—Por supuesto que no. Las reglas fundacionales no deben romperse, aunque podrían adaptarse. Nosotros, que ya ocupamos cargos importantes, no podemos involucrarnos en negocios, pero hay una gran oportunidad ahora: la vacante de mariscal. Mi propuesta es subastar el cargo, y quien ofrezca el mejor precio… se lo lleva.

Antes de que Yuan Qizhang terminara, Tang Qixu lo interrumpió con incredulidad:
—¿En serio? ¡Estamos hablando de un puesto que concierne a la seguridad nacional! ¿Cómo puede siquiera bromear con algo así?

Tang Qixu había pensado que el presidente traía una idea sensata, pero resultó ser una completa ridiculez. En ese instante, su paciencia se agotó. Aunque mantuvo el rostro sereno, su expresión ya no era tan amable.

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