El Favorito del Cielo - Capítulo 44
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- Capítulo 44 - Peste de la cabeza hinchada; Echando una mano (1)
—Mi hijo estaba bien cuando se lo llevé a ustedes, ¡pero cada vez está peor! ¡Ustedes son una banda de curanderos inútiles! Si no curan a mi hijo hoy, nos suicidamos delante de su tienda.
—¡Todos, vengan a ver! Mi hijo se resfrió hace unos días y lo trajimos acá para que lo trataran. ¡Miren cómo está empeorando! ¡Buaaa… mi hijo…!
—Señor, señora, ¿podemos pasar y hablar? Su hijo sí se resfrió, y nuestro médico le recetó una pócima para eso…
—¡Ustedes son un montón de charlatanes! ¿Ahora se defienden? ¡Voy a destrozar su local…!
En la ciudad de Datong había dos boticas. Ling Jingxuan eligió la que no quedaba lejos del mercado de pescado, el Ping’an Hall. Al acercarse con sus hijos vieron que ya estaba llena de gente; de vez en cuando oían llantos y maldiciones. Ling Jingxuan frunció sus cejas en forma de cuchillo, inclinó la cabeza y miró el rostro rojo y sudoroso del niño; pensó si sería mejor llevar a los suyos a la otra botica, que quedaba al otro extremo del pueblo, pero ya llevaban bastante tiempo paseando por el mercado y estaban cansados y hambrientos, y además los dos bollitos.
—Papá, ¿qué hacen esas personas? —preguntó el pequeño, tirándole de la mano y parpadeando curioso.
—¿Y a ti qué te importa? —respondió Ling Jingxuan secamente.
Pensando un poco, se dijo que debía tratarse de un accidente médico. No le interesó demasiado, así que quiso sacar a los niños de en medio y comprar rápido lo que necesitaban para ir a reunirse con Ling Jingpeng.
El pequeño frunció el ceño y bajó la cabeza, molesto. ¿Por qué no lo dejaban ayudar?
—Papá, soy pequeño. ¿Por qué no me dices qué medicina comprar y yo la traigo? —propuso con voz tímida.
Al ver que su hermano menor estaba triste, Ling Wen apretó la mano de su padre y lo miró suplicante.
—No. Dame la bolsa con el dinero. Esperen aquí; vuelvo enseguida —dijo Ling Jingxuan sin titubear.
Al ver la cara sudorosa del niño, no aceptó la propuesta. Prefería abrirse paso entre la multitud él mismo antes que exponer al bollito a esa aglomeración.
—Está bien —respondieron los chicos.
Confiando en que su padre no gastaría el dinero a la ligera, Ling Wen dudó un instante y le entregó la bolsa. Luego llevó al pequeño a sentarse bajo la sombra de un alero. Tras asegurarse de que estaban a salvo, Ling Jingxuan se abrió paso entre la gente.
—¡Charlatanes inútiles! ¡Voy a romper su cartel! —vociferó un hombre fornido vestido con ropa de trabajo, cargando una azada, y entró maldiciendo en la botica. Al verlo, varios hombres, incluido el dueño de la farmacia, se adelantaron para detenerlo. La mujer que lo acompañaba lloraba con los ojos hinchados, el cabello despeinado, y en el suelo, sobre una tabla, yacía un niño de unos siete u ocho años. Era imposible distinguir cómo había sido su rostro: la cabeza estaba hinchada como la de una vaca y parecía que iba a dejar de respirar en cualquier momento.
¿Peste de la cabeza hinchada?
Al observar la escena, Ling Jingxuan frunció el ceño. Con solo ver los síntomas supo identificarlo: era la Peste de la Cabeza Hinchada, conocida también como gran peste de la cabeza, que aparece más en invierno y primavera. Se produce cuando la energía vital es débil y el calor patógeno con toxinas invade el cuerpo. Al principio sus síntomas no difieren mucho de un resfriado común; si se trata con caldos tonificantes habituales, empeora. Es altamente contagiosa y entra en la categoría de pestes. La pregunta era: ¿cómo podía aparecer un caso así en este mundo?
Recordando que sus hijos esperaban fuera, dejó a un lado esos pensamientos irrelevantes, dio unos pasos y rodeó a la gente hasta entrar en la botica: pero estaba tan llena que no pudo comprar nada aun teniendo dinero. Suspiró resignado y salió nuevamente. Con la vista barrió el lugar y localizó al boticario: un hombre de unos cuarenta o cincuenta años, vestido con ropas ostentosas. Sin pensarlo mucho, se acercó a él.
—Señor, quiero comprar medicinas —dijo tirando de su manga y yendo directo al grano. ¿Quién tiene ganas de hacer negocio en un momento así? El dueño se volvió, claramente irritado, y contestó:
—Lárgate. No queda medicina por ahora.
—¡Quiero comprar medicinas! —insistió Ling Jingxuan, agarrando más fuerte.
—¿Qué te pasa, hombre? ¿No ves que estoy ocupado? ¿Cómo voy a atenderte? —rugió el dueño, zarandeándolo con brusquedad. Su voz, alta, atravesó la multitud y la gente enmudeció momentáneamente. Todas las miradas se clavaron en Ling Jingxuan: algunas llenas de ira, otras de duda, y muchas con burla. Desde el principio nadie se había preocupado realmente por el niño que yacía en el suelo.
—¡Fuera de aquí! ¡Voy a romper el letrero de estos charlatanes! —gritó el hombre fornido, que agitó la azada. La calma que había provocado la voz del dueño se deshizo y la gente aguardó expectante la pelea que se avecinaba. Pero Ling Jingxuan, tras librarse del empujón, ignoró el conflicto que se gestaba y se acercó lentamente al niño. Le tomó el pulso, revisó las pupilas y la capa de la lengua, y dijo con voz firme:
—Intolerancia al frío, fiebre; cara roja e hinchada; garganta ácida e inflamada; desde las orejas por delante hasta debajo de la mandíbula y el cuello hinchados; lengua roja con saburra amarilla; pulso algo resbaladizo pero débil. Esos son los síntomas típicos de la Peste de la Cabeza Hinchada. Cierren la boca si no quieren que muera.
La voz fría parecía llevar un poder que calmaba los ánimos: suave pero clara, llegó a los oídos de todos.
—¿Qué…? ¿¡Una peste!? —exclamó alguien.
—¡Dios mío, es una peste…!
—¿Peste…?