Caballero en eterna Regresión - Capítulo 86

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  4. Capítulo 86 - ¿Qué cambia cuando abres la puerta?
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La Puerta del Sexto Sentido.

Se abría al percibir aquello que podía dañar el cuerpo, pero en realidad resultaba ser una especie de antena que detectaba movimientos dentro de cierto radio alrededor del usuario.

Al abrirla instintivamente, quedó claro lo que era.

‘Si la uso de otra forma…’

¿Sería posible leer los movimientos de la persona que estaba detrás de él?

Enkrid visualizó en su mente los movimientos de Rem.

Hurgándose la nariz, sacudiendo el dedo, acomodándose dentro del cálido cuero y luego levantando la cabeza.

Su mirada se detuvo en la espalda de Enkrid.

Explicar el proceso en detalle significaría decir que escuchó sonidos, adivinó su origen y predijo las acciones de la persona; pero toda la secuencia ocurrió de forma instantánea.

Esa era la Puerta del Sexto Sentido, y eso era lo que se podía lograr al abrirla.

‘Si es así…’

Esquivar a alguien que le lanzara un garrotazo por la espalda no sería demasiado difícil.

Era el reino de la intuición, el instinto y el subconsciente.

Por fin, Enkrid entendía el método de caza instintivo del que le había hablado Jaxen.

La Puerta del Sexto Sentido condensaba toda la información circundante y la transmitía directamente a la mente.

Así, con un enfoque preciso, incluso podía percibir que Rem se hurgaba la nariz detrás de él.

—Los idiotas le llaman “ojo de la mente”, pero todo es mentira. Sólo son instintos más afilados, nada más —explicó Jaxen.

Naturalmente, mientras más se aplicará, más amplio sería su rango de uso.

Sin embargo, había algo de lo que debía cuidarse.

—Confiar demasiado en tus instintos puede llevarte a que te engañen. Ten cuidado.

Mientras hablaba, Jaxen colocó su mano izquierda sobre el hombro de Enkrid.

Justo antes de que su mano tocara, Enkrid tuvo la momentánea ilusión de que intentaba tomarle el cuello.

Un extraño engaño.

En cierta forma, era parecido a la esgrima de mercenarios al estilo Valen.

Incluso después de abrir la Puerta de la Intuición, ¿qué había cambiado al revivir una y otra vez el mismo día?

Nada.

Enkrid comenzó a vivir el mismo día otra vez.

La única diferencia ahora era la premonición de que el resultado de hoy no sería igual que antes.

En realidad, no era sólo una premonición.

Ahora tenía la confianza para superar esa trampa infernal.

Vistiéndose con una coraza de cuero, una espada larga en la cintura izquierda y una espada de guardia gruesa a la espalda se armó por completo.

Añadió una bolsa llena de cuchillos arrojadizos, dos dagas ocultas en las botas y, sobre todo, un gambesón como capa final: el equipo completo de un infante ligero.

Este proceso no le tomó tiempo: ya estaba acostumbrado.

Había devorado el desayuno rápidamente para esto y ahora se movía con un propósito claro.

‘Si agarro unas cuantas varas más en el camino…’

Era un trayecto que había recorrido decenas de veces.

Incluso detenerse en una tienda general por el camino era una rutina tan conocida que ya le resultaba tediosa.

—¿Planeas amenazar al zapatero con una espada para sonsacarle algo? ¿O pelearás por tus botas y tu vida? —preguntó Rem desde la cama, sacando la cabeza con desgano.

—No volveré hasta cortar en pedazos diez pares de botas.

Era la misma broma que se repetía todos los días.

‘Aunque repita este día una y otra vez, los chistes siguen siendo curiosamente consistentes’.

Eso decía mucho sobre los sentimientos de Rem.

Más que cualquier peligro, la tienda del zapatero parecía fastidiarlo.

—Sólo acaba rápido y vamos a cortarle la cabeza a algún monstruo —bufó Rem.

Enkrid asintió para sí.

Nadie se imaginaría que bajo la tienda de un artesano habría algo así.

Era natural.

‘Yo mismo no lo creí hasta verlo’.

Por eso no podía evitar preguntarse qué había más allá.

Con un gesto rápido, Enkrid tocó la nariz de Esther a modo de despedida, provocando que ella diera un brinco sorprendido y soltara un gruñido que pronto se volvió más adorable que feroz.

—Ya vuelvo —dijo con una leve risa.

Al pasar por la tienda general compró tres varas.

Dos las acomodó en su cintura y una la llevó en la mano como garrote, caminando a paso firme.

Finalmente llegó a la tienda del artesano y entró.

—¡Mire esto! ¡Hay un hoyo! —exclamó el asustado zapatero.

—Sí, ya lo vi. Lo revisaré —respondió Enkrid con calma.

El artesano, que hablaba con los ojos muy abiertos, lo recorrió con la mirada, impresionado por su porte.

—…¿Te vas a la guerra?

Ni siquiera los guardias de patrulla se armaban tanto.

Con tantas capas de armadura y armas, no pudo evitar decirlo.

—Siempre da lo mejor de ti, incluso en los asuntos pequeños. Eso decía mi instructor de espada.

No era del todo mentira: un instructor que había visto de paso le dijo algo parecido alguna vez.

En realidad, sólo se estaba preparando para cualquier eventualidad.

—Hay una trampa mortal ahí abajo. No entres, ni por accidente.

Una sola mirada al hoyo, sumada a la advertencia, hizo que el artesano palideciera.

—¿Pero cómo puedes saberlo con sólo verlo?

Quizá me apresuré demasiado, pensó Enkrid.

—Es mi especialidad —dijo sin darle importancia.

El artesano asintió con reticencia y luego preguntó lo que Enkrid ya esperaba.

—¿Una trampa? ¿Qué clase de trampa? ¿Y por qué está debajo de mi tienda?

Enkrid no podía responder aún, pero pronto lo haría.

Porque ahora pensaba averiguarlo.

Si había trampa, había algo que esconder.

—Por algo se tomaron tantas molestias para poner esto…

Pausó un instante, tomó aire y continuó:

—Lo voy a descubrir.

Con la curiosidad creciendo, descendió ágilmente por la pendiente.

El trazado de los túneles estaba grabado en su memoria como si pudiera verlos con los ojos cerrados.

Había vagado por este estrecho laberinto una y otra vez mientras entrenaba su intuición.

Cada curva del suelo le era familiar.

Una vez más, se plantó frente a las seis bifurcaciones.

El primer y segundo túnel conducían a explosiones.

El tercero lanzaba cuchillas de viento verticales.

Ya no necesitaba perder más tiempo afinando sus sentidos.

Había hecho suficiente.

‘Ahora sí…’

De las seis rutas, ¿cuál era la segura?

En vez de pensar en ello, lo que le daban ganas era de abrirle la cabeza al que diseñó este lugar.

—Maldición.

Las seis rutas eran trampas.

Si sus instintos no le fallaban, esa era la verdad.

Después de vivir este mismo día decenas de veces, Enkrid había probado sus sentidos una y otra vez.

Y eran correctos.

Incluso el sexto camino estaba mal.

Entrar ahí liberaba un humo espeso desde arriba.

Al tocar la piel, salían ampollas.

Al respirarlo, el dolor superaba al de cualquier espada o lanza.

Era una niebla tóxica de dolor insoportable.

Todas las rutas emanaban peligro.

No había salida; todas bloqueadas.

¿Debía detenerse aquí?

¿Estaba atrapado?

¿No había más que hacer?

Instintivamente lo sabía.

Para salir de este ciclo tenía que avanzar más allá de la cueva.

Si se detenía aquí, quedaría atrapado en este “hoy” eterno.

Su oponente no era un soldado diestro, ni un asesino silencioso, ni un ejército en terreno desfavorable.

Sólo era una trampa.

Una trampa mágica fija, sin razón ni voluntad.

Enkrid se colocó frente al primer pasillo.

—Un paso en falso y me rostizo.

Las trampas mágicas, ¿cómo se activaban?

Ahora que había abierto la puerta de su intuición, podía percibirlas por puro instinto.

No necesitaba antorcha.

Avanzó.

El sudor le corría por la frente a cada paso.

Era como caminar entre cuchillas que podían cortarlo con el menor contacto.

El mecanismo era de detección.

Moviéndose, evitó las zonas que disparaban esa sensación de peligro.

Enfocando su mente y llenando su corazón con el valor de una bestia, sus pasos se mantuvieron firmes.

Abriendo la puerta de su intuición y concentrándose, navegó entre los huecos de las trampas.

Para cualquiera que lo viera, sus pasos serían un zigzag extraño, pero para Enkrid era como cruzar una cuerda floja.

Y aun así, lo sentía manejable.

Instinto e intuición lo guiaban.

¿Cuántos podrían superar algo así sólo con eso?

El logro le llenaba el pecho, aunque sabía que no era momento de confiarse.

—La primera está hecha.

Encendió una antorcha y miró al frente.

La sensación de peligro había desaparecido, pero algo seguía allí.

Lo sentía en las entrañas.

Avanzando con cautela, lo vio.

—Grurrrk.

Tenía la espalda encorvada, con afiladas espinas óseas donde debería estar la columna.

Su piel azul pálido destacaba incluso con la luz temblorosa.

Su mandíbula era varias veces más grande que la de un humano, goteando saliva espesa como si saboreara a su presa.

Uñas largas, antebrazos gruesos, ojos completamente negros.

Entre la piel resquebrajada, se veían destellos de músculo.

Su postura encorvada hacía que sus puños arrastraran en el suelo.

Un ghoul.

En este mundo existían bestias y monstruos.

Según los teólogos, nacieron de la muerte de dioses que se aniquilaron en la antigüedad.

Eso no le importaba a Enkrid.

Lo que importaba era que existían.

Si parecía una bestia, se le llamaba “bestia demoníaca”.

Todo lo demás era “monstruo”.

Y los ghouls eran monstruos caníbales que se alimentaban de humanos.

—¿Y por qué demonios apareces tú aquí?

¿Podría considerarse no-muerto?

El artesano no estaba del todo equivocado.

Había un monstruo abajo, aunque no era un esqueleto, sino un ghoul.

Los monstruos no tenían inteligencia para conversar.

Sólo se lanzaban sobre su presa.

—¡Graaaaah!

Los ghouls vivían de carne humana.

Sus narices aplanadas, más bien agujeros pegados a la cara, eran muy sensibles al olor de un humano.

Al oler, atacó.

La cueva no era tan estrecha como para impedir moverse, pero tampoco había mucho espacio para esquivar o blandir la espada con libertad.

Aun así, había margen para adaptarse.

Sching, clang.

Cuando el ghoul se lanzó, Enkrid desenvainó la espada larga, inclinándola en diagonal al frente.

—Tres.

Detrás del primero venían otros dos.

Normalmente, matar a un ghoul requería de dos o tres lanceros.

Un soldado experimentado podría solo, pero no era lo ideal.

Por supuesto, si no había opción, golpearlo en la cara era el último recurso.

Justo como estaba haciendo ahora.

Thwack.

Inclinando la hoja hacia adelante, la clavó en el pecho del primero.

Sosteniéndola sólo con la mano izquierda, presionó hacia abajo en diagonal, obligándolo a arrodillarse con un gruñido imposible para cuerdas vocales humanas.

Aun así, no lo partió del todo, y su brazo izquierdo soportó toda la tensión.

Con uno inmovilizado, el segundo lanzó un zarpazo, pero Enkrid ya lo esperaba.

Girando sobre el pie izquierdo, esquivó y le soltó un puñetazo demoledor con la derecha.

Crack.

El golpe le echó la cabeza hacia atrás, aturdiéndolo.

Mientras el tercero estiraba unos brazos anormalmente largos, Enkrid esquivó el golpe con sólo inclinar la cabeza.

Creada la apertura, sólo quedaba una cosa por hacer.

—Uno por uno.

Era cuestión de matarlos.

En el pasado—en el verdadero pasado, antes de repetir el día—ya estaría muerto.

Pero ahora, su cuerpo, armado con experiencia, esgrima y artes marciales, estaba en otro nivel.

Empuñando con ambas manos, bajó la espada con toda su fuerza.

Squelch.

—¡Grgh!

La hoja abrió a uno de los ghouls desde el pecho hasta la ingle, derramando entrañas violetas.

La antorcha caída iluminaba a los otros dos, alargando sus sombras.

Sin miedo, los monstruos atacaron de nuevo.

Habiendo derribado a uno con facilidad, la espada de Enkrid volvió a danzar.

Evitó al segundo y lo decapitó con un tajo horizontal, y barrió las piernas del último para luego pisotearle la cabeza.

Thud.

El cráneo no explotó como calabaza, pero…

—Grkk, rrrk.

Un líquido negro se filtró por la grieta.

—Ahora sí me dio curiosidad.

Murmurando, Enkrid hundió la espada verticalmente en su cráneo.

Crunch.

La hoja lo atravesó y se clavó en el suelo.

La giró para asegurarse de matarlo por completo antes de retirarla.

Tres ghouls.

Una pelea que normalmente requeriría al menos seis soldados rasos, la había ganado él solo.

A pesar de que sus garras eran venenosas, no tenía ni un rasguño.

Prueba de su entrenamiento y progreso.

Aunque lamentaba que nadie lo hubiera visto, sabía que quienquiera que estuviera detrás de todo esto pronto conocería la crueldad de su hoja.

—Haaah.

Recobrando el aliento, limpió la espada con un trozo de lino.

Y sin vacilar, siguió avanzando por la cueva.

Más allá de este lugar estaba el mañana.

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