Caballero en eterna Regresión - Capítulo 34
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- Capítulo 34 - ¿Por Qué Llegar Tan Lejos?
—¿Será que el reconocimiento que yo conozco es diferente al que conoce el líder de escuadra?
Rem giraba el hacha en su mano mientras hablaba.
—¿De qué hablas?
—Pareces como si hubieras estado medio muerto y luego regresado.
—Solo un rasguño en el costado, nada más.
—Si eso es un rasguño, ¿entonces cortarte sería muerte instantánea?
Rem soltó una carcajada después de decir eso.
Este tipo no ha cambiado en lo absoluto.
No es que pudiera cambiar, claro. Solo habían pasado unos días para él, aunque para Enkrid ya parecían meses.
—Cierto, estuve a punto de morir.
Enkrid se tocó la herida en el costado mientras hablaba.
Aunque en realidad, había enfrentado la muerte incontables veces.
Pero eso no era algo que pudiera decir abiertamente.
—Déjame ver.
Jaxen se acercó y echó un vistazo a la herida.
Enkrid se acomodó, levantando la camisa para que pudiera verla bien.
—¿Y qué vas a saber con solo mirar?
Gruñó Rem, pero Jaxen lo ignoró y examinó la herida.
—No es grave —dijo Enkrid.
—El hueso no está afectado, pero si la subestimas, te dará problemas —respondió Jaxen.
No estaba equivocado.
—Ya me puse ungüento.
—Me alegra oírlo.
Jaxen asintió con aprobación.
—¿Hubo combate durante el reconocimiento?
Ojos grandes le lanzó una mirada a la desaliñada apariencia de Enkrid y preguntó.
Su cabello grasoso, ojos apagados por la falta de descanso, y el cuerpo mostrando huellas de haber marchado tras la batalla.
Por la misión, apenas hubo oportunidad de lavarse, comer o beber como es debido.
Lucir así era inevitable.
‘¿Una escaramuza? Más bien arrasé el campamento enemigo’, pensó Enkrid.
Pero no hacía falta contarlo todo.
Simplemente asintió como para confirmarlo.
Después de haber llegado y ver el combate entre Rem y Ragna, su cuerpo estaba empapado en sudor y se sentía completamente agotado.
—¿Tienen comida? ¿O agua?
Era momento de comer y descansar.
En verdad, quería tomar la espada de inmediato, pero en su estado actual era limitado.
Además, tras ver al enemigo reunido en los pastizales altos, no parecía que la batalla terminara ahí.
Seguramente volvería pronto al campo de batalla, así que debía preparar su cuerpo.
—Primero ve a lavarte. Luego te daremos un festín.
Rem sonrió al decirlo.
Enkrid asintió y se dirigió hacia un arroyo cercano.
El campamento de infantería no estaba colocado ahí por casualidad. El arroyo en la parte trasera facilitaba obtener agua potable y asearse.
Al sumergir las manos en el agua, un frío punzante subió por sus brazos.
‘Está enfriando.’
La temporada de temperaturas bajas había llegado.
Enkrid se echó agua en la cara, se desnudó y se frotó para quitar la sangre, el aceite, el sudor y la suciedad de su cuerpo.
‘Ese tipo…’
Mientras se lavaba, los recuerdos de la misión llenaban su mente.
Los pastizales altos, la emboscada, el mástil de la bandera… y finalmente, aquel hombre con espada y antorcha.
‘Siento que volveremos a encontrarnos.’
Era una premonición inevitable, la certeza de que volvería a enfrentarlo.
‘¿Será esta la muralla?’
El barquero ciego le había advertido: las murallas bloquearían su camino una y otra vez.
Pero no le preocupaba.
Cuando aparece una muralla, simplemente se escala.
De hecho, parte de él lo esperaba con ansias.
Se arrepentía de no haber resuelto el combate con ese tipo.
Si hubieran peleado, probablemente habría muerto.
Aun sabiendo eso, no quería evitarlo.
Quería enfrentarlo.
Desde el primer momento en que lo vio, se encendió en su interior una inexplicable sed de competencia.
A veces, uno se topa con personas así.
Es como enamorarse a primera vista, pero en lugar de amor, es el deseo de vencerlos.
Cuando regresó, ya limpio y renovado, lo esperaba una comida reconfortante: sopa caliente, pan y brochetas de carne asada a la perfección.
No era un verdadero festín, pero sí un lujo raro en el campo de batalla.
—¿Conejo?
Ante la pregunta de Enkrid, Rem respondió con orgullo:
—Preparado por tu servidor.
—Ni de broma, yo fui quien lo cazó —intervino Ojos grandes con el ceño fruncido.
—Gracias —dijo Enkrid antes de devorar la comida en un abrir y cerrar de ojos.
—Cada vez que te veo, Líder, siempre comes con ganas.
—Hay que comer bien para pelear bien.
—Eres el humano más raro que he conocido.
Rem cruzó los brazos, soltando disparates mientras lo observaba.
¿Qué le dijera “raro” alguien cuyo pasatiempo era golpear a los aliados? Increíble.
—Tú eres el último del que quiero oír eso.
Rem volvió a reírse con ganas.
Después de eso, los miembros de la escuadra se dispersaron.
Jaxen se marchó diciendo que tenía pendientes.
Ojos grandes anunció que era hora de atender su negocio.
El fanático se arrodilló a rezar, y Rem se quedó merodeando afuera, seguramente molestando a los soldados de paso.
Mientras tanto, Ragna observaba en silencio a Enkrid.
Podía sentir su mirada.
—¿Qué?
Molesto por la atención, Enkrid preguntó.
—Solo te estoy viendo.
Ragna respondió con indiferencia, medio reclinado.
Cuando Enkrid inclinó la cabeza confundido, Ragna se giró diciendo que no era nada.
Parecía que tenía algo que decir, pero no estaba listo.
Por experiencia, Enkrid sabía que no valía la pena insistir.
Si era importante, lo diría eventualmente.
Si no, tampoco era algo por lo cual preocuparse.
Tras volver de la misión, Enkrid estaba exento de guardias y tareas de cocina.
Comió bien y durmió como un tronco.
El ungüento de Jaxen hacía maravillas.
Su herida en el costado sanaba rápido.
Con un par de días de descanso, estaría como nuevo.
Aun descansando, no desperdiciaba el tiempo.
‘Diez de diez, seguro perdería.’
Sentado, blandía la espada en su mente.
Primero, Rem.
Luego, Ragna.
Por último, el enemigo de los pastizales altos.
Reflexionaba y volvía a reflexionar.
Un viejo espadachín en un pueblo costero le había dicho una vez:
«Si no quieres morir ante una hoja ciega, tienes dos opciones. Primero, reza a la diosa de la fortuna como si tu vida dependiera de ello.»
La primera era confiar en la suerte.
«Y la segunda es pensar. Pensar sin parar.»
El viejo decía que si sobrevivías a un combate con la vida colgando de un hilo, esa batalla se convertía en tu activo.
Y para sobrevivir, ¿qué debías hacer?
Pensar.
Reflexionar.
Planear sin cesar.
Si alguna vez enfrentabas a un enemigo sin un plan, solo te quedaba la primera opción: la diosa de la fortuna.
«Piensa y planea si no quieres acabar como eso.»
‘Fue un buen maestro.’
Ese consejo le había venido como anillo al dedo en su momento.
Incluso ahora seguía brillando.
Enkrid pensaba y planeaba.
¿Qué debía hacer para ganar?
Al menos, ¿qué debía hacer para no perder?
Las medidas desesperadas que tomó en busca de esa respuesta dieron lugar a la esgrima mercenaria de estilo Valen.
Aunque algunos la tacharan de trucos baratos, esa era su habilidad central.
Engaños, cabezazos, técnicas de tres espadas, lanzamientos de dagas e incluso técnicas de distracción con piedras—métodos que podían parecer absurdos pero resultaban sumamente efectivos contra oponentes sin experiencia o con menor habilidad.
En su mente, Enkrid blandía su espada.
Adoptaba una postura de estocada, luego lanzaba una piedra.
Simulaba desenvainar su espada para arrojar una daga.
Rem desviaba todo con su hacha, mientras que Ragna esquivaba con agilidad.
En cambio, un enemigo con espada y antorcha ignoraba la piedra y cargaba, solo para clavar la hoja en su propio corazón, partiéndolo.
Quizá en la realidad no saldría así, pero en su visión, así sucedía.
‘Otra vez.’
Repetía el ejercicio sin descanso.
Enkrid pasó todo el día reflexionando y cayó dormido en cuanto su cabeza tocó el suelo, agotado por la misión.
A la mañana siguiente, Krais le trajo el desayuno: sopa aguada, cecina salada y pan duro.
—¿De guardia?
—Sí. Dormiste como un tronco.
—Estaba agotado.
Krais rodó los ojos y preguntó:
—¿Qué pasó? Cuéntame.
Krais, alias Ojos grandes, era el informante del campo de batalla.
Enkrid dudó un momento antes de decidir que no había razón para guardar secreto.
Pronto se sabría, y no era información clasificada.
Sin embargo, limitó su explicación a que el enemigo emboscaba en los pastizales altos.
—Maldición. Si están emboscando, no van a dejarnos pasar. Pero ¿qué sentido tiene emboscar ahí?
Aunque Krais no era estratega, solía acertar.
‘No tiene sentido.’
Si la ruta de reconocimiento no pasaba por ahí, nadie habría notado la emboscada.
Sin la previsión de Enkrid, podría haber acabado en desastre para los exploradores.
Una emboscada es una táctica para contrarrestar un ataque.
Pero el ejército no avanzaba hacia esos pastizales, así que era inútil.
—Eso es lo raro. No tiene sentido.
—No lo sé aún.
Era la respuesta correcta: no sabía.
Suponía que los altos mandos tendrían algún plan.
Lo cierto era que el enemigo tramaba algo, a juzgar por sus formaciones y la intención feroz de aniquilar a cualquiera que se acercara.
Normalmente, tal despliegue sería excesivo.
La conclusión era clara: el enemigo se preparaba para algo.
—Maldición, pensé que esto ya se acabaría.
—Seguramente hoy o mañana darán órdenes.
Poco después, alguien gritó afuera:
—¡En marcha! ¡Cuarta Compañía, en marcha!
Era la voz del líder del Cuarto Pelotón.
—¿Tu pierna no está herida, verdad?
El hombre asomó la cabeza por la tienda de Enkrid.
—Escuché que pasaste las de Caín.
—¿Y de dónde oíste eso?
—Los rumores vuelan. Dicen que eres el hijo oculto de la Dama Fortuna.
Como todo se atribuía a la suerte, era de esperarse.
—¿Y quién sería mi padre?
—¿Yo qué voy a saber?
El líder soltó una risa y agregó:
—Debes de estar cansado, pero nos movemos hacia el este. Vamos.
Enkrid se levantó.
Hacia el este: los pastizales altos.
Ahora que conocían la emboscada, no entrarían directamente.
—Se siente raro, como si algo se estuviera gestando.
Rem apareció a su lado, hablando en voz baja.
—¿Crees?
—No te creas mucho porque hayas mejorado. Te vas a morir.
¿Era preocupación o maldición?
No solo la Cuarta Compañía, sino todo el batallón de infantería se movilizaba.
Eso significaba que la mayor parte de los seiscientos infantes asignados a esta batalla estaban en marcha.
Al ritmo de sus pasos, avanzaban.
Ese día no hubo combate.
Después de avanzar, montaron un campamento temporal, encendieron fogatas y se instalaron.
Ningún comandante sensato ordenaría cargar hacia los pastizales arriesgándose a una flecha en la cabeza.
El movimiento parecía más bien preparación para lo inesperado.
A la mañana siguiente, la herida de Enkrid casi no molestaba.
Se ordenó que cada escuadra se ocupara de su comida.
La escuadra de seis de Enkrid se reunió alrededor de una olla.
—Atrapé un lagarto de camino —dijo Jaxen, echando la carne al guiso.
—Por una vez haces algo útil —comentó Rem.
Jaxen no respondió.
Rem gruñó por la indiferencia, pero Jaxen lo ignoró.
‘Curioso, pero parecen complementarse.’
Uno hablaba, el otro ignoraba… y funcionaba.
Marchar, comer y descansar eran tareas agotadoras en la milicia.
Durante todo esto, Enkrid notaba una mirada fija: la de Ragna.
—Vas a desgastarme la cara —bromeó.
Ragna desvió la mirada.
—No es nada.
Era evidente que quería decir algo.
La tensión seguía alta, como si la batalla pudiera estallar en cualquier momento, pero pasó otro día sin novedades.
Enkrid usó el tiempo libre para practicar las técnicas que había visualizado.
Algunas más fáciles de lo esperado, otras no tanto.
Mientras blandía la espada en un rincón tranquilo esa mañana, Ragna se le acercó.
—¿Por qué llegar tan lejos?
Fue una pregunta abrupta, pero Enkrid la entendió al instante.
En la milicia, abundaban los que no sabían comunicarse.
Ragna no era elocuente y hablaba a su modo.
Le tocaba al oyente interpretar.
Enkrid se rascó la frente con un dedo.