Caballero en eterna Regresión - Capítulo 26
—Debí haber esquivado en ese momento.
Enkrid repasaba una vez más los sucesos de su extraño ayer, un día que solo existía para él.
—No, el problema no fue esquivar. Me obsesioné demasiado con dar un solo golpe.
Esquivar cuando es necesario, atacar cuando es posible.
¿Cuántas veces había escuchado sobre la importancia de decidir en una fracción de segundo?
De incontables instructores de esgrima, y de Rem también.
«¿De qué sirve ver tan bien con el Corazón de Bestia si tomas la decisión equivocada? Solo estás cavando tu propia tumba.»
Casi podía imaginarse a Rem a su lado, riéndose con burla.
Si ese bastardo de Rem supiera, seguro le diría exactamente eso.
Enkrid le daba vueltas al momento, una y otra vez.
—Esta vez tomaré una ruta un poco diferente.
Cambiaba de camino cada día.
El privilegio de alguien atrapado en un día en bucle.
«Vamos a emboscar a los exploradores enemigos más allá de esa hierba alta. ¿Qué opinan?»
Fiel a sí mismo, el líder del escuadrón de reconocimiento una vez más los dirigía hacia la ruina.
Ni siquiera valía la pena detenerlo.
No, Enkrid sabía que cambiar la ruta de patrulla sería inútil.
Cualquier camino que eligieran sería igual.
Los enemigos ya están por todas partes en esta zona, tendiendo emboscadas.
Las fuerzas enemigas estaban dispersas por todo el campo de hierba alta.
Si el objetivo fuera simplemente sobrevivir, lo mejor sería volver en cuanto abriera los ojos.
Pero esa no es una opción.
Hacerlo sería desobedecer órdenes, lo cual podría conllevar un castigo severo, incluso ejecución sumaria.
¿Debería abandonar a sus nueve compañeros y desertar solo?
¿Sobrevivir de esa forma?
¿Fue para eso que aprendí a usar la espada?
Un caballero, un general, un héroe.
Incluso ahora, blandía su espada soñando con esos títulos.
Pero ¿realmente lo correcto sería abandonar a estas personas sabiendo que todos morirían?
¿Era eso lo mejor que podía hacer?
No.
Todos tienen algo que no pueden traicionar.
Enkrid sabía que no era una buena persona, ni un santo.
Pero esto… era algo que no podía dejar pasar.
Algunos lo llamarían convicción.
Otros, terquedad.
A Enkrid no le importaba cómo lo llamaran.
Esta es mi decisión.
Si hubiera vivido según los estándares de otros, ya habría renunciado hace tiempo y se habría resignado a una vida tranquila como miliciano en algún pueblo olvidado.
Desertar no era opción.
El objetivo era encontrar una salida hoy.
Luchar otra vez.
Sangrar otra vez.
Matar al enemigo otra vez.
Esta vez usó su espada como escudo hasta que se rompió.
Una lanza le golpeó la cabeza.
El mundo giró.
Y la muerte lo siguió.
No estaba seguro si fue la lanza atravesándole el pecho o el golpe en el cráneo lo que lo mató.
Y luego, todo se repitió.
Murió.
Una y otra vez.
A través de esos combates a muerte, asimilaba lo que había aprendido en los entrenamientos.
Reflexionaba sobre lo que ya sabía.
En todo ese tiempo, Enkrid se enfocaba solo en dos cosas:
Uno: cómo pelear mejor.
Dos: cómo escapar hoy.
Para llegar al mañana.
Enkrid sabía qué hacía falta un esfuerzo implacable para lograrlo.
Había sobrevivido dos días de bucle antes.
Pero esta vez era diferente.
—No veo una salida.
Por donde mirara, solo había enemigos.
Saltamontes, grillos, hierba alta que bloqueaba la visión, un terreno húmedo… ¿qué hacía que valiera la pena desplegar tantas tropas aquí?
—Malditos tercos.
Para colmo, cada uno de ellos estaba bien entrenado.
No eran mercenarios mediocres ni reclutas forzados.
Eran soldados de paga.
Algunos, incluso, se podrían considerar élite.
En una guerra a gran escala, “élite” podría significar otra cosa.
Pero en este campo de batalla, soldados profesionales contaban como élite.
Si no calificaban ellos, ¿quién lo haría?
—Esto va a ser un problema.
Con un ataque sorpresa, podría matar a tres o cuatro.
Más allá de eso, sería demasiado.
Y con ballesteros listos para disparar, huir combatiendo sería aún más difícil.
«Suficiente poder para matarlos a todos.»
¿Podría lograrlo repitiendo el día infinitamente?
¿Podría obtener tal poder?
No.
Ya sabía la respuesta.
Desde el primer día de bucle, había intentado superar a un simple lancero para llegar al mañana.
«Hay un límite a lo que puedo aprender en un tiempo congelado.»
Enkrid se conocía bien.
Para mejorar y sentir el placer del crecimiento, necesitaba buenos mentores y oportunidades.
Eso no significaba que estuviera desperdiciando los días repetidos.
Entrenaba su oído, perfeccionaba su esgrima, analizaba sus combates.
Repetía este proceso una y otra vez.
Aunque el progreso era lento, seguía creciendo.
—Soy bueno con el arco, pero me tiemblan las manos cuando la pelea se vuelve caótica —dijo Enri a su lado.
Era algo que Enkrid ya había oído varias veces.
Aunque se decía cobarde, Enri tenía confianza en su habilidad con el arco.
—¿Puedes darle a una manzana sobre la cabeza de alguien a cien pasos? —bromeó Enkrid, para aliviar el ambiente.
—No a cien pasos, pero a treinta sí. Si le pones una manzana al líder, le doy.
—Qué lástima, no tengo una manzana.
—Lástima —rió Enri.
Sabía disfrutar una broma.
—Pero en serio, a treinta pasos le atino. Tal vez no a la manzana, pero sí a la cabeza.
El tono de Enri se volvió serio.
—Si derribas a diez con disparos a la cabeza, sería de ayuda —comentó Enkrid, echando un vistazo al carcaj de Enri.
El carcaj de cuero en su cadera tenía unas diez flechas.
Amarradas con cuero, listas para sacar fácilmente.
Como buen cazador de las praderas, Enri dominaba su equipo.
—¿Qué les hace tanta gracia? Estamos en misión de reconocimiento, carajo —interrumpió el líder, lanzando una mirada.
Enkrid lo ignoró.
Los comentarios del líder eran ya rutina en este día en bucle.
Si derriban a algunos con flechas desde el principio, sería más fácil, pensó, observando al soldado rudo que seguía al líder.
El tipo le lanzó una mirada como diciendo: no respondas, quédate callado.
Lo mismo de siempre.
No valía la pena provocar nada.
Así podría iniciar mejor el ataque sorpresa, pensó, simulando escenarios en su mente.
Con la información que había acumulado en los días repetidos, sus simulaciones eran bastante certeras.
Al final, moriría.
Casi seguro, moriría.
Aunque tuviera ventaja en habilidad, la diferencia en número era abrumadora.
Y tampoco había una gran ventaja en equipamiento.
«Eso no es una ventaja.»
¿Qué haría Rem?
Sin dudarlo, cargaría con hachas en ambas manos.
Con su habilidad, no podría matar a los cien.
Pero sí a suficientes para escapar.
Ese era el tipo de talento explosivo que tenía Rem.
«Es curioso que siga siendo solo un soldado,» pensó Enkrid.
Aunque a Rem eso parecía no importarle.
De hecho, Enkrid sentía que era el único en su escuadrón de problemáticos que aspiraba a más.
El único que quería algo más que ser un simple soldado.
¿De qué servía pensar en un compañero que ni siquiera estaba aquí?
Sacudió la cabeza para alejar la idea.
Una pequeña serpiente se deslizaba entre la hierba baja.
El pasto empezaba a crecer más alto, señal de que se acercaban al campo de hierba alta.
«No soy Rem,» se recordó.
Mientras imaginaba el combate que se venía, otro pensamiento le cruzó la mente:
«¿Qué tan hábil es el líder?»
Hasta ahora no había tenido tiempo de evaluar.
Solo había pensado «no está mal.»
El líder, el soldado rudo, Enri…
Incluso los demás.
Las ideas se fueron encadenando hasta llegar a una conclusión clara:
«No tengo que proteger todo yo solo.»
—¿Eh? —preguntó Enri, desconcertado por el comentario involuntario.
—Nada.
Enkrid había sido tonto.
Hasta ahora, había enfrentado todo como si tuviera que cargar con todo él solo.
Había combatido de forma pasiva, como si tuviera que proteger a todos.
Y así pensaba que ya había probado todas las opciones, pero aún quedaba una:
Un modo de cambiar todo el juego.
Crack. Crack.
Giró el cuello para soltar la tensión.
Aún faltaba para llegar al campo.
Avanzando, Enkrid tomó al soldado rudo por el hombro y lo jaló hacia atrás.
—¿Eh?
El tipo se tensó por reflejo.
—¿Qué pasa?
—Estabas echándome miradas, ¿no?
Claro que sabía.
No era una mirada hostil, sino buscando consentimiento.
Pero con esa cara de matón, cualquier mirada parecía amenaza.
—No, no era eso…
—Hablas mucho.
¡Thwack!
Le lanzó un puñetazo, pero el soldado lo esquivó.
—¿Qué te pasa? ¿Estás loco?
El líder preguntó, incrédulo.
—Pelea conmigo.
Ignorando al líder, Enkrid barría con el pie, pero el tipo seguía esquivando.
El soldado frunció el ceño.
—Te creía más listo.
—Por eso mismo, noté tu mirada.
Rem una vez admitió que si hubiera un torneo de provocación, Enkrid podría ganarlo.
—Vamos, pelea, cara de buey que ni las vacas mirarían.
Fue inmediato.
El tipo se sonrojó de rabia.
—Muy bien, como quieras.
Peleaban.
Sin espadas, usando puños y pies.
El combate era parejo… no, Enkrid iba un poco abajo.
«Es bueno,» pensó.
Entre intermedio y avanzado, para estándares del reino.
—¿No eras un soldado raso?
El soldado, sangrando por el labio, preguntó.
—Lo soy.
—Dicen que con dinero te ascienden. ¿Por qué no lo haces?
Enkrid sabía que no era un simple soldado.
Desde que entró, el rango no le importaba.
Pero ahora su mentalidad había cambiado un poco.
Si se daba la ocasión, quizá buscaría el ascenso.
Pero no era su prioridad.
¿De qué servía un rango?
Lo que importaba era el resultado.
—Eres bueno —dijo, sinceramente.
Fue un buen combate.
El tipo era mejor de lo esperado, alguien que sabía pelear de verdad.
El líder, rojo de ira, se metió:
—¿¡Qué hacen!?
Pero Enkrid habló primero:
—Un calentamiento.
El líder quedó sin palabras.
—Déjalo —dijo el soldado rudo—. No hay mala sangre.
Enkrid se encogió de hombros.
—Cuida tu lengua, líder. Un día te meterá en problemas.
—Eso es asunto mío.
Enkrid volvió a su sitio.
Enri le miró el pómulo hinchado.
—¿No que eras raso?
—Lo soy.
Todos lo miraban con curiosidad.
—Peleaste demasiado bien —comentó Enri.
—Entrené duro.
No era mentira.
Pese al alboroto, siguieron avanzando hacia la hierba alta.
Debe haber algún tesoro allí… o tal vez su amante, pensó.
Crunch. Crack.
El sonido familiar.
Una vez más, enemigos.
Era el inicio de otro día.
—Enemigos —susurró con el labio partido, empujando a Enri.
—Dispara.
Quería ver su puntería, pero Enri dudó.
Su disparo no fue certero.
En el combate, Enri aún carecía de temple.
Mientras observaba, Enkrid pensó:
No puedo pelear como uno más.
El liderazgo era vital. Debían seguir órdenes.
Pero no había creado esos lazos con el grupo.
Eso lo pensaría después.
Otro día agotador se repetía.
En esos días, Enkrid entendió más de la habilidad del líder.
No era malo.
Tenía entrenamiento.
«Acepto cualquier desafío,» decía.
Si le dejaba ganar, mejoraba su humor.
Así memorizaba sus patrones.
Le falta experiencia real, concluyó.
El papel de niñera del soldado rudo tenía sentido.
Cuando le preguntó, el soldado respondió:
—Es hijo de alguien que respetaba.
Olfateaba lealtad.
Su única razón de estar aquí era proteger al chiquillo.
—¿Un noble?
—Los caídos no cuentan.
Así, el líder era de familia noble caída.
«Entiendo.»
Sin más, Enkrid alzó la vista al sol.
Era mediodía.
El clima templado.
Todos con armadura ligera.
Equipo sencillo.
Enkrid tomó nota de todo: clima, viento, terreno, aliados, enemigos.
Si podía sincronizar esos elementos, el combate se volvería claro.