Caballero en eterna Regresión - Capítulo 130

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  4. Capítulo 130 - Un golpe y un corte
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“Qué montón de tonterías.”

Ese tipo… ¿cómo se llamaba otra vez? El que me hizo recordar que habilidad y carácter no siempre van de la mano.

Sonreía con burla, los labios torcidos con desdén.

“¿Quieres que te haga otro agujero, Enki?”

Dio un paso hacia adelante mientras hablaba.

Encrid decidió intercambiar palabras solo una vez antes de matarlo.

“¿Cómo dijiste que te llamabas?”

El hombre se quedó inmóvil a mitad del paso, con el pie derecho extendido hacia adelante.

“…Qué bastardo tan sucio, hablando así.”

No dijo su nombre. Ni modo. Tampoco era algo que Encrid necesitara saber.

“Mátalo.”

A su orden, los nueve hombres que lo rodeaban se movieron.

¿Cómo llamarías a esta escena? Quizás como guardias fronterizos corruptos que se habían salido de control.

Cada uno blandía un arma, y sus posturas dejaban claro que sabían lo que hacían. El olor a sangre parecía flotar sobre sus hojas.

¡Fiu!

Uno de ellos disparó una resortera. El movimiento fue fluido—apuntar, tensar, soltar—todo en un instante.

La resortera lanzó una pequeña bolita de metal.

Ragna inclinó ligeramente la cabeza, esquivando el proyectil que apuntaba a sus ojos.

“Una resortera.”

Murmuró Ragna. Encrid notó una intensidad rara en su mirada normalmente serena.

Bueno, entonces. Nada de qué preocuparse.

“¿Solo?”

Una voz vino desde atrás. Era Benzense.

Encrid le echó un vistazo a la pierna, notando su cojera. Su mirada bajó al muslo antes de que siquiera preguntara qué le había pasado.

“Fue porque trató de salvarme de ese bastardo inmundo.”

Detrás de Benzense estaba un soldado, con una expresión entre preocupación y odio.

No hacía falta explicación. Encrid ya podía imaginar lo ocurrido.

Aquel bastardo probablemente había usado su truco de siempre—atormentar a un soldado para hacer que Benzense interviniera, y aprovechar el momento para apuñalarle el muslo.

Clásico comportamiento de ese desgraciado.

Por otro lado, Benzense seguramente se había arriesgado a salvar a uno de los suyos, sabiendo el peligro que eso implicaba.

¿Qué habría pasado si Encrid no hubiera llegado? Benzense habría muerto. Estaba dispuesto a sacrificarse.

Si existía alguien como Benzense, bueno, quizás valía la pena tenerlo de aliado.

Pero ese bastardo… ni de broma.

“Ese tipo es hábil,” comentó Benzense, devolviendo a Encrid al presente. De pronto pareció recordar el nombre del sujeto, golpeando su puño derecho contra la palma izquierda.

“Ah, ya recordé tu nombre.”

El hombre sonrió con burla.

“Como si lo hubieras olvidado, maldito mocoso.”

Desenvainó su arma con un sonido metálico. Era una espada flexible que se curvaba bajo presión—hecha de hierro forjado.

La hoja ondulante llamó la atención de Encrid.

“Tu nombre era… bastardo, ¿no?”

Sí, bastardo. Seguramente era eso.

“…Vas a rogarme que te mate.”

Sus ojos brillaron con malicia. ¿Estaba furioso? No era la intención, pero bueno.

Encrid se encogió de hombros.

Ambos intercambiaron burlas, aumentando mutuamente su irritación.

Otro disparo de resortera vino, esta vez hacia Encrid. Pero Ragna, que ya se había acercado sin que nadie lo notara, desvió el proyectil con su espada envainada. La bolita metálica destelló entre la niebla antes de perderse en el aire.

“Tienes manos rápidas. Sería divertido hacerles un agujero,” dijo el usuario de la resortera.

A su lado estaba un hombre con dos hachas, una en cada mano, al estilo de Rem.

“Tipo gracioso. ¿Crees que puedes con todos nosotros tú solo?” se burló el del doble hacha, dirigiéndose a Ragna.

Eso no era bueno. Encrid también lo pensó.

Como era de esperarse, Ragna reaccionó.

“Una imitación barata de un salvaje.”

“…¿Qué dijiste?”

El hombre de las hachas, rubio y de ojos rojos, lo miró confundido.

En los ojos carmesí de Ragna había una hostilidad clara, inexplicable.

¿Dos hachas? Mala elección de arma, sin duda.

A su lado, tres hombres más blandían espadas con ranuras para sangre talladas profundamente. Sus rostros eran tan parecidos que parecían trillizos.

“Esta pelea marcará nuestro ingreso a las filas de Azpen. Tal vez hasta nos nombren caballeros,” presumió el bastardo, con esa expresión arrogante que tanto le gustaba mostrar, igual que cuando Encrid lo había salvado antes.

Así que de eso se trataba.

Encrid no se molestó en responder.

Thunk.

Avanzó, balanceando su espada hacia abajo. Su oponente lo subestimó, aún con una sonrisa burlona mientras paraba el ataque.

Clang.

La hoja flexible se dobló bajo el impacto, torciéndose hacia abajo para apuntar a la muñeca de Encrid.

Una obra maestra de esgrima—una técnica del Este, o eso había dicho alguna vez.

Tal vez lo mencionó antes.

Encrid observó la hoja que buscaba su muñeca, moviendo su espada arriba y abajo.

La hoja del enemigo rebotó hacia arriba a lo largo del filo de su espada.

Thunk.

“¿Qué demonios con este tipo?”

El rostro del bastardo se torció entre sorpresa y confusión, pero a Encrid no le interesaba.

Simplemente avanzó, empuñando la espada como le habían enseñado.

¿Acaso no había aprendido a contrarrestar espadas flexibles también?

“Empieza con un golpe directo.”

El consejo de Ragna resonó en su mente.

Whoosh.

La espada cortó el aire. El tiempo pareció ralentizarse, cada instante amplificado en detalle nítido.

Uniendo puntos, acumulando fuerza, Encrid ejecutó un tajo diagonal.

El bastardo trató de retroceder, levantando su espada para bloquear.

¡Silbido!

La hoja flexible cantó en el aire, apuntando al cuello de Encrid.

No llegó.

El tajo diagonal de Encrid ya había caído sobre su oponente.

Más rápido, más fuerte, más preciso.

Un solo golpe bastó.

Crunch.

La resistencia se sintió en el filo. Aunque el corte fue limpio, la sensación de atravesar armadura y hueso persistió.

La espada larga de Encrid había partido la armadura, las costillas y hasta la muñeca que sostenía el arma.

La hoja que se curvaba hacia su cuello cayó al suelo con un golpe seco.

Clink.

Encrid se quedó un momento en la postura del golpe, luego barrió su espada hacia un lado.

Splatter.

La sangre se esparció por el suelo.

Frente a él yacía el pasado, muerto, con los ojos abiertos en sorpresa.

Encrid habló hacia sus camaradas caídos.

“Ya los vengué.”

Pero no hubo respuesta. Los muertos no contestan.

Lo mismo pasaba con su oponente, cuya vida había sido cortada de un solo tajo.

Sin gritos, sin últimas palabras. Solo silencio.

Era un desenlace inevitable.

El mercenario, experto en esgrima oriental con espada flexible, era talentoso. Pero…

“Comparado con Frok y Mitch Hurrier…”

Le faltaba mucho. ¿Podía compararse con sus camaradas? Ni remotamente; la comparación era ridícula.

Aun así, si Encrid no hubiera estado allí, el campo se habría convertido en un caos. Igual de catastrófico que el combate contra el gigante.

Relativamente hablando, esta era una pelea contra asesinos—personas que habían perfeccionado sus armas y habilidades para matar.

Contra alguien más fuerte, morían así, en silencio. Pero contra los débiles… eran asesinos eficaces y despiadados, capaces de causar una masacre.

“…¿Qué demonios es esto?” murmuró uno de los trillizos.

“¿Qué crees que es?” respondió Ragna, avanzando hacia el de la resortera.

Solo sus pasos bastaban para atraer la mirada. En unos cuantos movimientos, ya estaba a su lado.

“¡Tch!”

El hombre giró el cuerpo hacia un lado. Y ahí terminó todo. Su cabeza voló por los aires, con la expresión aún congelada en sorpresa.

¿Cuándo? ¿Cuándo había desenvainado Ragna? ¿Cuándo había atacado?

Su velocidad y precisión eran aterradoras.

Incluso para Encrid, la trayectoria curva del corte dejó solo una estela en el aire.

“Resortera.”

Murmuró Ragna hacia el cadáver, y luego giró la mirada.

“Tres espadas.”

Se dirigía a los trillizos, que desenvainaron sus armas. No pensaban caer sin pelear.

Ragna vio el brillo rojo de la sed de sangre en sus ojos.

Asesinos. Hombres que usaban la espada como herramienta de asesinato, quitando vidas una y otra vez para afinar su técnica.

Siempre existían tipos así.

Idiotas que no sabían cómo mejorar de verdad.

Espadas entrenadas solo para matar a los débiles.

Sin importar el oponente o la situación.

Ragna se sentía bien. ¿Cuántas veces en su vida había sentido esta emoción?

¿Tres? ¿Cinco? Probablemente ni cinco.

Incluso Ragna tenía frustraciones acumuladas. Y ahora las liberaba.

Una chispa encendió sus ojos carmesí; su mirada ardía.

Ragna blandió su espada.

¡Whoosh, thunk, slash, chop, slice!

Los tres asesinos cayeron. Cuellos perforados, cabezas cortadas, uno partido del mentón hasta la coronilla.

La espada de Ragna cortó todo—espadas, armaduras, carne y hueso.

Fue impresionante.

“Horquilla.”

Ragna se movió hacia su siguiente objetivo.

Aquel hombre blandía una horquilla de hierro, evidentemente diseñada para causar dolor.

El tipo tragó saliva.

Claramente había escogido al oponente equivocado.

“¡Todos a la vez!” gritó.

A su orden, los demás se lanzaron al ataque. Él, sin embargo, aprovechó la confusión para huir.

Encrid abrió los ojos sorprendido.

El Ragna de siempre no habría perseguido a un enemigo que huía.

Pero esta vez, Ragna—

Snap.

Se movió tan rápido que parecía desvanecerse. Al impulsarse contra el suelo, blandió su espada a izquierda y derecha con tal velocidad que parecía desplegar alas.

No desde los hombros, sino desde las manos. Alas formadas por las estelas de su espada.

Atravesó el cráneo del lancero, cortó los brazos de la mujer con el puñal y rompió su hoja en pleno ataque.

Fue una demostración abrumadora.

“¡Aaaaaagh!”

El grito de la mujer desgarró el aire.

Ragna siguió adelante, tras el hombre que huía. El de la horquilla giró el cuerpo y levantó su arma para bloquear.

Era de hierro sólido.

Ragna blandió su espada otra vez, usando una técnica de filo invertido. El primer golpe partió la horquilla a la mitad, y el segundo le arrancó la cabeza.

Slash.

Si hubiera usado más fuerza, habría cortado la horquilla entera.

Con esos movimientos implacables, solo quedó un oponente.

“Maldita sea.”

El hombre de las dos hachas.

“Tú eres el plato principal.”

¿Qué decir? Había algo distinto en Ragna esta vez.

Caminó directo hacia el del hacha. Aunque no se pareciera a Rem, eso no importaba.

“Empecemos por las piernas.”

Y cumplió su palabra. La espada de Ragna se movió. El hombre con las hachas quizá era hábil, pero…

Era como si se enfrentara a un muro imposible de superar con solo esfuerzo o entrenamiento.

“¡Aaargh!”

Su lucha desesperada no sirvió de nada.

Ragna cortó primero su muslo, luego los tendones de ambos brazos.

Las hachas cayeron de sus manos. Ragna colocó la hoja sobre su cabeza y se dio cuenta de algo.

Estaba inusualmente emocionado.

“¿Debería sentirme así?”

Aun así, no era una mala sensación.

“Si me perdonas, te mostraré dón—”

Crunch.

Ragna no escuchó. Al final, el último mercenario, uno de los diez asesinos, cayó con la cabeza partida en dos.

Ragna inspeccionó su espada, notando el filo gastado y la empuñadura floja. La tiró.

Luego recogió las espadas de los trillizos.

“Hmm, tres espadas ahora.”

Ató una a cada cadera y una en la espalda, igual que Encrid.

“¿Usarás tres espadas ahora?” preguntó Encrid.

“No,” negó Ragna. “Las usaré una por una.”

Y añadió: “¿Sabes cómo se llama la técnica que usé?”

Su tono era más rápido de lo habitual—algo extraño.

Encrid lo pensó. Había sido solo cortar y tajar, simple pero efectivo.

Pero algo destacaba: sin importar el obstáculo, la espada de Ragna lo había cortado todo—dagas, armaduras, lo que fuera.

Ragna habló otra vez, aún con ese ritmo acelerado.

“La llamé ‘Severance’.”

Un nombre sencillo.

Pero el poder de la técnica era innegable.

Severance—una forma de cortar, una técnica refinada hasta convertirse en arte.

“Te la enseñaré,” declaró Ragna.

Encrid asintió.

Observando la batalla, Benzense solo pudo negar con la cabeza.

“Monstruos.”

Era la única palabra que le venía a la mente.

Encrid recogió las dos hachas del suelo. Rem necesitaría nuevas después de romper las suyas contra el gigante.

También tomó varias dagas arrojadizas del arsenal de la mujer.

Una lástima que las dagas silbadoras ya se hubieran agotado.

“Tendré que forjar más después,” pensó.

Cuando la batalla terminó, comenzaron a reagruparse.

Desde el frente, un rugido estalló.

“¡Audin! ¡Audin!”

Los vítores resonaron.

Encrid alzó la mirada al frente.

La niebla se disipaba con el amanecer, revelando el campo de batalla.

Más allá de la bruma que se desvanecía, Audin estaba de pie.

Solo.

En medio del enemigo.

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