Caballero en eterna Regresión - Capítulo 115
Enkrid peleó intensamente contra Rem en un torbellino de velocísimos golpes de espada.
Con Ragna fue más un intercambio ligero de técnicas, probando sus reflejos.
Mientras tanto, su entrenamiento con Audin consistió en golpes a mano limpia y llaves de agarre.
Cuando al fin terminaron los combates:
—Ahora sí vas dando pasitos de bebé —comentó Rem.
Aunque la frase podía sonar despectiva, Enkrid sabía que no lo era.
En el rostro de Rem permanecía una leve sonrisa, clara muestra de satisfacción por el progreso de Enkrid.
—Has reducido el desperdicio —agregó Ragna.
Aunque no era precisamente un halago, esas palabras tenían peso.
Sus ojos, normalmente medio cerrados, ahora brillaban con un fervor inusual.
Alguien que rara vez mostraba interés en algo.
Que se mostrara tan satisfecho después del combate significaba que estaba genuinamente impresionado.
De Ragna emanaba una intensidad fría.
—Has estado afinando tus sentidos de forma constante —elogió Jaxen con calma.
—Has dado un paso más hacia la divinidad —soltó Audin con su tono críptico.
El comentario era lo bastante extraño para que Enkrid lo mirara raro, pero Rem fue el primero en intervenir.
—¿No suena más bien como si estuviera rezando para que te mueras?
—No, hermano. Es una bendición —replicó Audin.
¿Bendición?
¿De verdad?
Con eso, la sesión de sparring terminó.
—¿Ese es el famoso líder loco de escuadra?
—No, ahora es oficialmente el líder loco de pelotón.
—¿Qué onda con ese sujeto?
—Es del que todos hablan.
—Así que sí eran ciertos los rumores de que era un demente obsesionado con entrenar.
Los murmullos de los que observaban se hicieron oír.
Aquellos que antes se mantenían alejados, o que estaban demasiado impactados para hablar, ahora cuchicheaban entre ellos.
Enkrid estaba de pie, los hombros agitados por el esfuerzo.
Le dolían las muñecas y las extremidades cansadas apenas lo sostenían.
Aun con el agotamiento, no estaba de mal humor.
Sin embargo, una idea le rondaba:
Es frustrante.
Por su muñeca lesionada, sus compañeros habían tenido que contenerse.
Ese hecho le carcomía por dentro.
Aun así, había aprendido algo.
La culminación de todas sus experiencias pasadas —las batallas más allá del muro de la Guardia de la Cruz, la pelea contra el Sapo y más— habían convergido en el entrenamiento de hoy.
Había obtenido nuevas percepciones, cosas en las que quería reflexionar.
En resumen, quería pelear más.
—Hasta aquí. Si te exiges más, tu muñeca quedará hecha trizas —intervino Rem, con esa percepción aguda que cortaba sus pensamientos de tajo.
Él lo sabía.
Descansar era importante.
No era una lección que necesitara repetir.
Enkrid exhaló profundo y se encogió de hombros.
La multitud empezó a dispersarse.
Algunos saludaron a Enkrid antes de irse.
—¿Ya volviste?
Era Venganza, el líder de pelotón que ahora compartía rango con Enkrid.
—Sí —respondió Enkrid con naturalidad; la diferencia de edad hacía su trato relajado.
—Qué gusto verte.
Por alguna razón, Venganza parecía algo incómodo.
Tras intercambiar un par de saludos con otros, como Bell y el artesano que le había remendado las hombreras, Enkrid regresó al barracón.
—A ver, suéltalo. ¿Qué estuviste haciendo? —preguntó de repente Rem, mostrando su curiosidad.
Quería saber qué experiencias habían empujado a Enkrid —ese aprendiz lento que solo dependía del esfuerzo— a mejorar tanto de golpe.
El comentario de “pasitos de bebé” había sido un elogio enorme, reservado para alguien que había roto una gran barrera.
Aunque se habían contenido por su lesión, el cambio era evidente.
Enkrid había mostrado un corte que se doblaba como un látigo, una y otra vez.
La diferencia entre el Enkrid que partió a la misión de reconocimiento en la Guardia de la Cruz y el que había regresado era innegable.
Confianza.
Sin titubeos.
Algunos lo llamarían compostura.
Otros, memoria muscular.
Lo claro era que todo lo que había acumulado hasta ahora se había refinado.
Incluso Ragna, Jaxen y Audin se acercaron, intrigados.
Andrew, Mac y Enri también se inclinaron para escuchar.
—Parezco cuentacuentos —murmuró Enkrid al ver a su pelotón reunido a su alrededor.
¿Qué tenía de difícil contar una historia?
Relató sus experiencias con sencillez: caer en la trampa, los lanceros al frente y arqueros detrás, el ojo agudo de Finn, los Lykans, el mago en el muro y su pelea contra el Sapo.
Fue honesto, incluso atribuyendo mucho a la suerte.
Su tono directo contrastaba con lo grave de las situaciones que describía.
—¿Tienes alguna maldición que te hace mejorar solo cuando casi te mueres? —preguntó Rem riéndose.
Para él, parecía exactamente eso.
Cada vez que Enkrid enfrentaba una situación de vida o muerte, sus habilidades daban un gran salto.
¿Quizá su líder sí era un genio?
No, Rem lo descartó.
Él mismo lo había entrenado y sabía que no era el caso.
Tenía que ser que esas experiencias cercanas a la muerte despertaban algo en él.
—En fin, estuvo entretenido —concluyó Rem, encogiéndose de hombros.
Los demás asintieron de acuerdo.
Andrew, en cambio, lucía aturdido cuando preguntó:
—¿De verdad volviste vivo de todo eso?
¿Solo fue suerte?
El sparring de antes había mostrado una diferencia abismal de nivel.
Antes, Andrew pensaba que podía darle pelea a Enkrid.
Pero ahora, la distancia entre ambos se sentía insalvable.
¿Acaso había flojeado en su entrenamiento?
No, claro que no.
Incluso dentro de esta “escuadra loca”, donde cada día era brutal, se había esforzado al máximo.
Sus habilidades habían mejorado gracias a ello.
Mac lo había dicho antes:
—Por más que me caiga mal, tienes que admitir que entrenar con Rem sí te hace mejor.
Andrew lo había dado todo, entrenando más que nunca.
Y aun así, la brecha con Enkrid solo se había hecho más grande.
—Fue pura suerte —dijo Enkrid, su respuesta de siempre.
Andrew no tuvo qué contestar.
Cuando Enkrid sugirió que se fueran a dormir, revisó su muñeca.
Parecía peor que después de la pelea contra el Sapo.
—Mañana tendrás que quedarte en los barracones por tu muñeca —observó Jaxen.
—No está tan mal como para ir a la enfermería, pero sí, nada de combate —asintió Enkrid.
—Ya lo dijiste.
—A mí tampoco me caería mal descansar —murmuró Jaxen, seguido por comentarios similares de Krais, Rem y Ragna.
Enkrid ya lo esperaba.
Si los superiores preguntaban por qué había peleado con la muñeca lesionada, Rem seguramente diría:
—Es tradición de nuestra escuadra, ¿no lo sabías?
De cualquier modo, el descanso era necesario.
Su muñeca aún no sanaba del todo tras la pelea con el Sapo, y forzarla más podría dejar secuelas permanentes.
—¿Ya terminaste con el escudo? —preguntó Ragna al regresar a su rincón.
Enkrid asintió.
—Esto es más práctico.
Mostró la espada con guarda que había desenvainado.
Aunque el filo tenía muescas y una abolladura en medio, aún era usable.
—Todos tenemos algo que no se siente bien en la mano.
Ragna asintió.
Era la noche de su regreso.
Hora de dormir.
Cuando todos se acostaron en sus literas, Rem habló:
—No volvamos a perder contra un Sapo.
¿No sonaba raro añadir algo tan despectivo como “un Sapo” a esa frase?
—Cierto. Hay que entrenar más. Falta mucho por hacer —agregó Ragna.
Jaxen le lanzó una mirada gélida en respuesta.
—Con entrenamiento, todo es posible, Líder —intervino Audin, siempre zalamero.
—La próxima vez yo gano —respondió con firmeza, arrancando risas del resto.
—Muy confiado, ¿no? —dijo Rem en nombre de todos.
Y justo cuando ya se acomodaban de nuevo en la oscuridad, Rem volvió a hablar:
—Cuando tu muñeca sane, vamos con todo.
—Con la muñeca bien, hay mucho que corregirte —agregó Ragna.
—El entrenamiento nunca termina, hermano —soltó Audin.
—Aún falta más —dijo Jaxen.
De Rem a Jaxen, todos intervinieron de nuevo.
Aprender algo nuevo.
Avanzar.
Caminar el sendero, una y otra vez.
Eso era lo que Enkrid deseaba profundamente.
Por ahora, debía enfocarse en recuperarse.
Su muñeca seguía rígida.
¿Acaso quieren mantenerme fuera del campo de batalla?
Se sentía raro.
La gente que se preocupaba por él era, sin duda, un grupo extraño.
Aun así, ¿pelearían con más ganas en la mañana en su ausencia?
Eso no estaba claro.
Enkrid todavía no entendía del todo por qué lo seguían con tanta devoción.
Solo podía suponer.
Y, siendo honestos, tampoco sentía la necesidad de buscar una certeza.
No había razón para revolver las aguas; las cosas estaban bien como estaban.
Si era necesario, ellos mismos se lo dirían.
Él respondería como siempre lo había hecho.
—Hagámoslo.
Respondió, e intentó dormir al fin.
Pero entonces—
—Por cierto, sobre el Sapo… —dijo Rem, medio incorporado, moviendo la mano en el aire como si cortara algo.
—Bloqueas así, luego atacas así. Más rápido que ese cabrón. Nomás espera a que sane tu muñeca: te grabaré en los huesos cómo matar un Sapo.
—En vez del estilo básico de espada, hay otra forma elemental que debes dominar y hacer tuya.
—Todavía tienes que mantener la técnica de aislamiento sin usar la mano derecha, hermano.
—… Y no bajes la guardia.
Toda la escuadra no dejaba de hablar.
—¿No duermen ustedes?
Si los dejaban, se la pasarían charlando toda la noche.
¿Qué onda con eso?
¿Estaban emocionados de verlo después de tanto tiempo?
¿O solo aburridos sin alguien a quien fastidiar?
Pero si era así, ¿por qué Andrew tenía los ojos tan cansados?
—Ya me duermo. Ya me estaba cayendo de sueño —dijo Rem, cerrando la plática.
Al fin, el grupo buscó descanso.
Desde un rincón, donde había estado escondido, Esther se metió en brazos de Enkrid.
Aún acostado, Enkrid repasó la pelea contra el Sapo y el sparring del día.
El sparring estaba incompleto.
Y aun así, su sangre hervía.
Quizá era un proceso para confirmar todo lo que había hecho hasta ahora.
Pero ¿por qué sentía como si un nuevo camino se abriera frente a él?
Entre reflexiones, pensamientos sueltos y el calorcito que Esther le daba en el pecho, el sueño lo venció de manera natural.
Así, Enkrid se durmió.
No mucho después—
—Mi talento sería considerado bueno en cualquier lado, ¿o no? —susurró Andrew, con un dejo de lamento.
A su lado, Mac no supo cómo responder.
Por sus estándares, Andrew sí era un talento excepcional; su progreso era notorio día tras día.
Pero esta escuadra…
Esto, bueno, esto es otra cosa.
¿Dónde más se podía encontrar gente así?
Probablemente en ningún lado.
Era la primera vez que Mac vivía algo así.
Incluso su líder, Enkrid, era sorprendente.
Su avance era tan evidente que una vez le había dicho a Andrew que no se atreviera a desafiarlo.
Ahora, Enkrid parecía haber cruzado un umbral, dando una impresión completamente distinta.
Sin saber qué decir, Mac al fin soltó:
—Mejor deja de compararte con otros y da un espadazo más tú mismo.
Un consejo nacido de la filosofía desequilibrada de la escuadra.
Andrew suspiró con pesadez en respuesta.
Llegó la mañana, y Enkrid abrió los ojos.
¿Me quedé dormido de más?
—Miau.
Esther frotó su cara contra su pecho.
Instintivamente, alzó la mano derecha para acariciarlo, pero la cambió por la izquierda.
Su muñeca derecha, inmovilizada con una férula, era completamente inútil.
Con la yema de los dedos izquierdos, acarició el pelaje de Esther.
Este ronroneó complacido.
Parece que tú también te quedaste dormido de más.
La luz del sol entraba a la tienda.
Cuando Enkrid se incorporó a medias, Krais entró por la entrada.
—¿Ya despierto?
—Creo que me pasé de sueño.
—Es normal. Uno o dos días de descanso no bastan para sacudirse todo el cansancio, considerando lo que pasaste.
Krais obviamente ya sabía lo que le había ocurrido anoche.
Aunque conocía la resistencia monstruosa de su líder, nadie podía soportar tanto sin agotarse; sería inhumano.
—Vamos por algo de comer primero.
Tras lavarse rápido y sacudirse la somnolencia, Enkrid desayunó.
El desayuno consistió en papas bien cocidas y rebanadas delgadas de tocino salado y asado.
—Está buena la comida.
—Le están echando ganas, supongo. Ah, y el resto de la escuadra ya fue al frente.
Krais señaló hacia arriba al hablar.
¿Significaba que tenían altas expectativas para ellos?
¿Era trato especial?
¿Acaso Rem y los demás se habían adelantado para darle tiempo de descansar?
Parecía probable que hubieran usado su muñeca como excusa para darle un respiro, empujándose ellos hacia adelante.
¿Realmente actuarían conforme a las intenciones de su líder?
Eso era incierto.
Ni con palabras de aliento solían obedecer.
Quizá solo por hoy lucharían un poco más fuerte, en compensación por dejarlo descansar.
Si eso significaba que Rem, que había jurado matar tres enemigos, hoy buscara cinco, entonces valía la pena esperarlo.
Pero ¿pelearían como su comandante lo tenía previsto?
Eso quién sabe.
En asuntos de estrategia y táctica, ¿qué papel jugaría su escuadra?
Ese tren de pensamiento no llevaba a nada.
A fin de cuentas, jamás había aprendido operaciones a gran escala.
Su comandante de batallón se encargaría a su modo.
Marcus, el Maniático de la Guerra.
Seguramente estaría a la altura de su nombre.
Después de terminar su comida, Enkrid empezó a practicar la técnica de aislamiento, lo bastante suave para no forzar su muñeca.
Luego siguió con su rutina habitual de repasar y reflexionar lo aprendido.
¿Cometí errores?
Si sí, ¿dónde?
¿Cómo evitar repetirlos?
Cada experiencia ganada en batallas de vida o muerte era un tesoro.
Eso se lo había dicho tiempo atrás un instructor que conoció en un pueblito pesquero durante sus vagabundeos.
Esas palabras aún permanecían en Enkrid.
Mientras repasaba sus combates a solas, su cuerpo empezó a picarle por dentro.
Incapaz de quedarse quieto, se levantó, pero su muñeca vendada y férula le impedían sostener bien la espada.
De pie, entrecerró los ojos y comenzó a pintar imágenes en su mente.
Audin, Ragna, Rem.
Repitió los combates del día anterior al revés, hasta volver a la pelea contra el Sapo, la noche contra el mago, el momento rodeado de licántropos y los choques con soldados de élite.
Suerte.
La suerte había intervenido.
Pero era ese tipo de suerte ganada con esfuerzo, suerte calculada.
Al repetir pensamientos y movimientos, su sangre empezó a hervir.
Parecía imposible no blandir una espada.
Demente obsesionado con el entrenamiento.
¿No lo habían llamado así antes?
Ese apodo me queda demasiado bien.
Cuando sus pensamientos dispersos terminaron, una calma se asentó en él.